Para Horacio
A mi alrededor, y concéntrica, apretándome, como anillos, la muchedumbre de casas, en uno de cuyos cuartos, en cada una, la misma imagen titila, azulada, tocando vagamente las caras vacías, sin expresión, cambiando, organizada, en la televisión racimos de mundos dados, dentro de uno, más arduo, que no se da.
Juan José Saer (La mayor)
No íbamos hacia un mundo maravilloso. Kant meó fuera del tarro, y la literatura fantástica lo entendió mucho antes que el resto. Ahora el peso nos derrumba, murmuramos apenas. Solo un cantar, triste y sosegado, entre los escombros, un cantar que no alcanza a ser voz ni llanto agónico.
Rompemos con todo, como la única forma de libertad posible, como la única opción para ser escuchados, pero no alcanza: la angustia está ahí, gotea su silencio espeso, mientras el mundo nos atraviesa, mientras la básica, rutinaria y terca injusticia nos devora.
Los gorriones
El trinar de los gorriones entró por la ventana abierta,
pero yo desperté lleno de bruma: casi hasta el amanecer
busqué palabras sin provecho de belleza.
Los gorriones cantan una cascada
de notas rápidas y precisas.
Ellos ya resolvieron su problema
y cantan por oficio de sus cuerpos,
pero no los veo entre las espesas ramas del ficus.
Quizá ya se fueron,
quizá ya no existen gorriones en el mundo
y ahora el canto que persiste
es el gorrión verdadero, la dulce materia
de los gorriones que se extinguieron.
Y pregunto con solidaridad de insomne: ¿cuántos
buscaron
anoche
con agónico deseo
otras palabras
o un movimiento nuevo del cuerpo en la danza
o una melodía arrancada del inviolable silencio
de las estrellas
o un trazo de pincel
que dibuje el universo entero como quería Utamaro?
Acaso sea muy pronto para lograrlo, acaso,
aún somos muy densos.
Mientras tanto
balbuceamos, pergeñamos,
pero nadie podrá decir que no intentamos
llenar la sima de nuestra angustia.
Algún día, Dios mío, alcanzaremos a decirte
de qué materia estamos hecho.
pero yo desperté lleno de bruma: casi hasta el amanecer
busqué palabras sin provecho de belleza.
Los gorriones cantan una cascada
de notas rápidas y precisas.
Ellos ya resolvieron su problema
y cantan por oficio de sus cuerpos,
pero no los veo entre las espesas ramas del ficus.
Quizá ya se fueron,
quizá ya no existen gorriones en el mundo
y ahora el canto que persiste
es el gorrión verdadero, la dulce materia
de los gorriones que se extinguieron.
Y pregunto con solidaridad de insomne: ¿cuántos
buscaron
anoche
con agónico deseo
otras palabras
o un movimiento nuevo del cuerpo en la danza
o una melodía arrancada del inviolable silencio
de las estrellas
o un trazo de pincel
que dibuje el universo entero como quería Utamaro?
Acaso sea muy pronto para lograrlo, acaso,
aún somos muy densos.
Mientras tanto
balbuceamos, pergeñamos,
pero nadie podrá decir que no intentamos
llenar la sima de nuestra angustia.
Algún día, Dios mío, alcanzaremos a decirte
de qué materia estamos hecho.
José Watanabe (1945-2007)
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