Se me pudren los labios esperando el beso que redime esta Maldición. Que pensamiento absurdo. Tampoco servirán de nada las balas de plata, lo sé. Es tan sencillo como ser o no ser. La noche con su insaciable quietud me muestra el camino, mientras la Luna emite su influjo sereno. Radiante, opresora, persuasiva. Está sobre mí. La vida toda se paraliza cuando la muerte reina. Me detengo bajo una bóveda de frondosos árboles, ya sin prisa. Inmutables estrellas me observan y el cielo nocturno cierra sus obsesivos brazos sobre mí. Está oscuro. Una brisa suave me acaricia la piel. El olor de la sangre todavía me embriaga. Mis garras todavía se aferran a la carne doliente, como se aferra a la vida el niño que no quiere morir. Resuenan en mis oídos los atronadores gritos. Los ojos fijos en mí, incrédulos. Algo en ellos es aberrante, mi propio reflejo. Un revoltijo de carne y huesos rotos cae a mis pies. La vida huye. La muerte en todo su esplendor me circunda. En este mismo instante debo tener una forma horrenda, como de animal desahuciado, perdido entre las sombras, errante. Un ser desposeído de cordura que se agita en la noche buscando consuelo. Mis ojos se nublan, mientras me muevo sigilosamente llevando conmigo el insoportable peso de los Inmortales.
Mujer-Lobo
Se me pudren los labios esperando el beso que redime esta Maldición. Que pensamiento absurdo. Tampoco servirán de nada las balas de plata, lo sé. Es tan sencillo como ser o no ser. La noche con su insaciable quietud me muestra el camino, mientras la Luna emite su influjo sereno. Radiante, opresora, persuasiva. Está sobre mí. La vida toda se paraliza cuando la muerte reina. Me detengo bajo una bóveda de frondosos árboles, ya sin prisa. Inmutables estrellas me observan y el cielo nocturno cierra sus obsesivos brazos sobre mí. Está oscuro. Una brisa suave me acaricia la piel. El olor de la sangre todavía me embriaga. Mis garras todavía se aferran a la carne doliente, como se aferra a la vida el niño que no quiere morir. Resuenan en mis oídos los atronadores gritos. Los ojos fijos en mí, incrédulos. Algo en ellos es aberrante, mi propio reflejo. Un revoltijo de carne y huesos rotos cae a mis pies. La vida huye. La muerte en todo su esplendor me circunda. En este mismo instante debo tener una forma horrenda, como de animal desahuciado, perdido entre las sombras, errante. Un ser desposeído de cordura que se agita en la noche buscando consuelo. Mis ojos se nublan, mientras me muevo sigilosamente llevando conmigo el insoportable peso de los Inmortales.
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