Abro los ojos. La noche cae con violencia sobre las ventana.s La Luna plateada me muestra su cara más blanda y me detengo observando que el viento agita las cortinas de seda blanca con un movimiento suave. Ya debe ser de madrugada. No puedo saberlo. Mi reloj está allí, al otro lado de la habitación, sobre la cómoda de enormes cajones de roble macizo pero no puedo alcanzarlo. No me atrevo a embarcarme en semejante aventura. Falta mucho para el amanecer. El solo hecho de pensar en mis pies desnudos tocando el suelo frío de parquet me aterroriza. Si bajo los pies Él se lanzará en una búsqueda frenética de mis tobillos y se arrastrará a toda prisa por el suelo de madera para alcanzar tan siquiera uno de mis pies. No quiero bajar. Tenemos un pacto. Si rompo el pacto estaré perdida. Me alcanzará con sus enormes y mortíferas garras. Primero los pies, después el resto de mi anatomía. Lo escucho. Aunque todos digan que estoy loca, lo escucho. Rasca el suelo de parquet bajo mi cama. Cada noche es igual. En un ritmo incesante y tenso araña la superficie hasta el amanecer. Quiere doblegarme, atraer mi atención, quebrantar mi voluntad y obligarme a romper el pacto. Si me muevo demasiado se detiene y espera. Aguarda expectante el momento en que -cree- bajaré de la cama y correré hacia la puerta. Después todo vuelve a empezar. Al amanecer se detiene. He oído su jadeo animal. He percibido su dolor de Ser. He visto una de sus zarpas recorrer con sigilo el borde de mi cama. Está impaciente porque todo termine. No me intimida pues sabe que si rompe el pacto ocurrirá lo inevitable. Y uno de los dos desaparecerá para siempre.
Karina Rodríguez
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