Mi corazón no debe callar hoy o mañana.
Debe participar de lo que toca,
debe ser de metal, de raíces, de alas.
No puedo ser la piedra que se alza y que no vuelve,
no puedo ser la sombra que se deshace y pasa.
(Pablo Neruda)
Perder dimensión, mirar al cielo y ver, sí, el cielo. El cielo azul y sus complejos matices. Mirar hacia adelante y ver cómo las sombras lentamente se convierten en mundo real, como en la Caverna de Platón. Entonces es cuando: ya no será posible sentirse encerrado, será posible sentirse libre, suelto en la vida cotidiana, la vida normal.
Pero la cotidianidad con sus objetos materiales, esa ilusión de luces, artefactos, noticias, imágenes y utilidades es también el mejor lugar para huir de la angustia, que es huir de lo que somos. La vida cotidiana es un fármaco que anestesia, y hace de la angustia existencial una dolencia medicable.
¿Para qué recordar todo el tiempo que nos vamos a morir?
En la cotidianidad olvidamos la finitud y nos hacemos dueños, propietarios, amos de la realidad. cuando en verdad todo el tiempo todo está en juego, a apunto estallar o desvanecerse.
Porque todo siempre también es nada. Incluso nosotros.
Recordar que nos vamos a morir es asumir que todo puede ser de otra manera, que no hay definitivo. El ser humano es ser-para-la-muerte -es palabra de Heidegger- y eso angustia. Por suerte, porque así vuelve una y otra vez al pensamiento la pregunta por el sentido.
[...]
La madrugada es una cosa infame y rastrera, pues encubre la gran conjuración tramada para poner en pie todo aquello que fracasó diez horas antes, y va alineando calles, decapitando luces y repintando colores por los idénticos lugares de la tarde anterior, hasta que nosotros —ya con la ciudad al cuello y el día abismal unciendo nuestros hombros— tenemos que rendirnos a la desatinada plenitud de su triunfo y resignarnos a que nos remachen un día más en el alma.
Queda el atardecer. Es la dramática altercación y el conflicto de la visualidad y de la sombra, es como un retorcerse y un salirse de quicio de las cosas visibles. Nos desmadeja, nos carcome y nos manosea, pero en su ahínco recobran su sentir humano las calles, su trágico sentir de volición que logra perdurar en el tiempo, cuya entraña misma es el cambio. La tarde es la inquietud de la jornada, y por eso se acuerda con nosotros que también somos inquietud. La tarde alista un fácil declive para nuestra corriente espiritual y es a fuerza de tardes que la ciudad va entrando en nosotros.
Jorge Luis Borges. Buenos Aires (fragmento) Inquisiciones 1925.
[...]
Mi boca se abre sola para decirte
cosas que pienso cuando apoyo
la cabeza en la almohada, no puedo hacer nada
más que decir una parte, mentirte con la verdad
ese vértigo y el mismo deseo pienso mientras te nombro
estás cerca, corazón, de este arroyo
a ver si te traen para acá, hacia esta línea mal trazada
en el mapa de la provincia de Buenos Aires.
Soy la sensación terrible del que pesca
un solo pez en toda la mañana y le da
pitadas al cigarrillo esperando
que la suerte cambie bajo el puente.
Soy el agua que se estira perfumada sobre las piedras
brillantes y lisas que forman
el suelo del comienzo, el que podemos percibir.
Después, más abajo, no sé qué hay.
cosas que pienso cuando apoyo
la cabeza en la almohada, no puedo hacer nada
más que decir una parte, mentirte con la verdad
ese vértigo y el mismo deseo pienso mientras te nombro
estás cerca, corazón, de este arroyo
a ver si te traen para acá, hacia esta línea mal trazada
en el mapa de la provincia de Buenos Aires.
Soy la sensación terrible del que pesca
un solo pez en toda la mañana y le da
pitadas al cigarrillo esperando
que la suerte cambie bajo el puente.
Soy el agua que se estira perfumada sobre las piedras
brillantes y lisas que forman
el suelo del comienzo, el que podemos percibir.
Después, más abajo, no sé qué hay.
[...]
Laureana Cardelino. Arroyo y piedra (fragmento) de Manija. Pixel editora, 2017
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