No me justifico, mi Dios.
Escribo como el terror manda,
aprendo como de paso,
sufro como si fuera para siempre.
Y no sé. Nunca sabré.
(Leda Valladares)
La negación es una entidad peligrosa y autárquica, pero la falsedad, la envidia, el egoísmo son -por lejos- los sentimientos que albergamos con mayor frecuencia. Pagamos un precio muy alto por simular la conducta aceptada socialmente, por la transparencia, por el halo de santidad que, como una corona de espinas, nos clavamos en la cabeza día tras día. Eso es estar en el mundo social. Hijos de hijos perfectos, padres ejemplares, esposos devotos, buenos ciudadanos. Y esa es la cara que mostramos, agotadora y falsa. Criaturas de un cristal muy, muy fino.
Diferente es lo que ocurre cuando estamos solos.
Para aproximarse a esta idea basta mirar en las redes sociales: dinero, viajes, autos, cenas estupendas, diplomas, reconocimientos, trabajos fascinantes, familias colmadas de felicidad: perfección, perfección, más perfección. Una matrix donde todo, información, imágenes, eventos, emociones fluyen sobre la superficie, donde solo lo bello, lo sano, lo pulido son lo correcto.
Sin embargo el mundo nos devuelve otra mirada. De hecho, se diría que va mal. En él crecen la intolerancia, la violencia, la discriminación, la pobreza. El recelo, la estupidez, la corrupción son hoy moneda corriente. Y qué decir del ensañamiento contra aquellos considerados minorías, qué decir del daño contra todo lo observado como débil, cerrado, distinto, o que se aparta.
Así, el virus del egoísmo permanece durmiendo en sus esporas, no está muerto, está escondido. Su pequeño ADN de organismo acelular, simple, específico y sosegado aguarda las condiciones óptimas para proyectarse. En un mundo en constante actitud de regateo, desconfianza y pobreza emocional, un mundo que se siente como nadar en el barro, en la primera de cambio todos descubriremos nuestras esvásticas tatuadas para poner manos a la obra. Y sin siquiera notarlo, nos volveremos por completo intratables, y será poco lo que podremos hacer sin reflexión.
Bajan de una bitácora todas las instrucciones
para ser feliz y descubrir verdades
que hagan avanzar a la raza,
que la hagan salir del pantano espiritual
y le devuelvan el sentido por el camino primitivo
que llevó al hombre a construir ciudades colgantes
y países de animales de carne.
No, suéltenme, y si ahora digo la verdad?
Y si ahora digo que son todos unos hijos de puta
mentirosos caretas mediocres ganabecas,
punks subvencionados, hijos de lameguitas,
dotados hedonistas, creyentes en la farsa milenaria
impostores incansables
(Daniel Durand. En Cabeza de buey)
Sí, el mundo es una mierda. Y lo único que podemos hacer es -parafraseo a mi querido Sebastián- extraer algo del caos, algo que valga la pena amar. Eso hace que nuestras vidas se encuentren encerradas en pequeñas burbujas, frágiles burbujas.
No hay inocentes en esto que le pasa al mundo, somos culpables y la figurita difícil es la humildad. Los pobres quieren ser ricos, los ricos quieren serlo aún más, pero los más, más ricos quieren ser dueños del mundo. Poco se salva en este mar de aguas oscuras.
ahí les dejo eso
ahí les dejo eso, porque hay que soltar, dicen
el oscuro trapo de la dicha
ir hacia dónde, mirar, perder,
ser perdido, olvidado,
traicionado, a veces
sí
también
morder la pena
esta casa, verás, estuvo llena de fe
la llenaron de ruido las palomas
sentó sus manos la virgencita celeste
a veces
me dijo cosas o yo
le dije, pidiéndole, no sé
naderías
me fue dado, a veces, sí, también,
el mendrugo del alma, y todo
pareció estar bien
sonreír
ser fresco
pero después, ah, el después
no viene con constancia la dicha
es un pez pequeñísimo de mil ojos, la dicha,
y nada el mar
lo nada, y sabe, y mira mira mira
tu sola mano ansiosa y pobrecita
buscándolo y buscándolo
en la azul eternidad del tiempo
verás al pececito una vez, dos veces,
su iridiscente reflejo, su ser pez entre
los peces, lo verás ir
aquí para allá, comer las mariposas,
llenarse los mil ojos
de sol, romper
el duro y salado oleaje
muy a veces, en sueños, su rosada carne
su pacífica carne
aleteará cerca de tu corazón
pero luego llegará la fiebre
la podredumbre de la fiebre
y el después del después
y tendrás la sed, la sed que no sacia el agüita salada
del mar interminable
tendrás la gran sed
la fiebre
Elena Annibali de: Curva de remanso. Caballo negro editora 2017