El mar


Nos avisa Borges: Tennyson escribe esto en su juventud

«Bajo los truenos de la superficie, en las honduras del mar abismal, el Kraken duerme su antiguo, no invadido sueño sin sueños. Pálidos reflejos se agitan alrededor de su oscura forma; vastas esponjas de milenario crecimiento y altura se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza, pulpos innumerables y enormes baten con brazos gigantescos la verdosa inmovilidad, desde secretas celdas y grutas maravillosas. Yace ahí desde siglos, y yacerá, cebándose dormido de inmensos gusanos marinos hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo. Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles, rugiendo surgirá y morirá en la superficie.»


(En: El Libro de los Seres Imaginarios)

¿Pero qué nos pasa con el mar? ¿Por qué nos seduce? ¿Por qué soñamos, pensamos, hablamos con él? ¿Por qué mentamos el mar? Si el hombre nació en la tierra, si la tierra es nido, madre, sangre viva, hogar, si es nuestro punto de apoyo y de partida; si es certeza, sosiego, elemento seguro
 El mar, en cambio, es orfandad que desafía con su inconcebible grandeza. Hacerse a la mar no es más que entregarse a la aventura desconocida, llena de enormes monstruos cuyas presentaciones se nos hacen imposibles. Hay algo fuertemente vivo en el mar, algo femenino, poderoso, rugiente. Algo que se intuye pero que se nos hace a la vez misterio profundo. 
Somos seres terrestres, cierto. Pero con ansias de mar.


Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?

Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas

tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.


Jorge Luis Borges. El mar

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