La vasija es un símbolo. Marie Louise von Franz supo explicarlo muy bien: es el féretro, el recipiente alquímico, capaz de representar el proceso de sofocación y transformación; es decir: el ataúd y el recipiente representan ambos el proceso de sofocación y transformación de las materias primas, porque la materia prima muere por sofocación para transformarse en otra cosa, en otro tipo de materia.
Este es a su vez el símbolo que representa la introversión, una actitud física básica de quien evita que algo se le escape, que algo se salga, porque durante esta evolución nada debe filtrarse hacia el mundo exterior. El cerebro se fríe. Aunque parezca siniestro, este proceso puede conducirnos hacia la lucidez, y la lucidez, amigos, es esa chispa divina que nos preserva de la adhesión incondicional.
Según Lacan, hay algo ineludible en Freud, algo que Freud quiso dejar claro: el deseo del hombre es el infierno y es el único medio para comprender. Así que la ilusión delirante y neurótica de que todos los problemas vienen desde fuera tiene que terminar: las cosas hay que mirarlas desde adentro.
Ésa es la forma en que ahora sofocamos el misterio del inconsciente. Todavía no está claro lo que es el inconsciente; argumentamos, traducimos, tejemos, pero no sabemos con certeza lo que nos quiere decir, ni lo que sus imágenes representan en concreto, aún así lo sofocamos mediante este tratamiento concentrado, por el cual se detiene toda proyección y se intensifica el proceso psicológico.
Allí también la tortura del fuego, porque cuando se intensifican los procesos psicológicos nos asamos vivos, quemándonos en lo que somos. Muchos temen ese poder devastador. Sin embargo, esta fuerza del fuego, esta quemazón insoportable, esta transformación, no tienen por qué ser negativas. Al igual que en las reacciones químicas, existen numerosos indicios de que si las circunstancias están bien administradas resultarán en un proceso posibilitador de libertades, de creación, de nuevos órdenes (o desórdenes).
La tumba psíquica y la persona que está en la tumba se convertirán así en una misma cosa; podría decirse que es aquí cuando uno se cocina en sus propios jugos. Se sofocan el contenedor y el contenido, el féretro y el dios muerto que habita en él se funden en un solo mecanismo para renacer transformados.
[...]
en el alba del pensamiento.
Su boca entreabierta bebía
polen de ideas en el viento.
Se ofrecía perfecta y pura
la desnudez de su cintura
en los umbrales del deseo.
¡Al verte por primera vez
cómo admiré tu forma nueva!
¡Qué plenitud de placidez
de todo tu ser fluía, Eva!
Todo hacia ti se convertía,
toda alma se enternecía
al aire suave de tus suspiros.
¡Hasta yo misma, me enternecí!
engendradora de vampiros!
Esbozo de una serpiente (Fragmento) Paul Valéry (1871-1945)