Instintos como flores




Ni suficiente luz para verlo todo 
ni suficiente penumbra para ocultarlo.

Liliana Bodoc (Presagio de carnaval)



...

Voy perdiendo las zonas intermedias.
Percibo sólo lo muy cercano
o lo muy lejano.

Este cambio radical de los sentidos
o quizá este surgimiento de un sentido distinto
confirma mi sospecha
de que sólo en los extremos
habita lo real.

(Roberto Juarroz)




Todo lo que es debe ser explicado. Animales pobres, boyando heridos entre el cómo y el por qué. Inexplicable polvo de estrellas, el resultado de rigurosos procesos cósmicos en evolución constante durante millones de años, hasta el día en que una palabra, un instante o un hecho simple hacen que todo cuanto de racionales tenemos se desvanezca. 

Intentamos comprender, nos inventamos razones, pero todavía somos contemporáneos de los cazadores del paleolítico. Aunque nos guste pensarnos hombres modernos, hombres de ciencia, hombres racionales, estamos atados a los instintos de la especie. 

Y avanzamos hacia el futuro con convicción, mientras consultamos el tarot o la borra del café, igual que hacían los caldeos y los griegos hace ya miles de años. Porque por sobre cualquier pronóstico, y por encima de cualquier razón, hay zonas de la psiquis humana, aguas profundas, que no han podido ser alcanzadas, comprendidas siquiera por la modernidad. 

Es que la modernidad es, a todas luces, una costra en la piel, una capa de polvo superficial. 


Un pájaro a lo lejos


Tierra cubierta de ruinas, ha caminado toda la noche, yo renuncié, rozando los setos, entre calzada y cuneta, sobre la hierba seca, pasitos lentos, toda la noche sin ruido, deteniéndose a menudo, más o menos cada diez pasos, pasitos desconfiados, volviendo a tomar aliento, escuchando luego, tierra cubierta de ruinas, yo renuncié antes de nacer, no es posible de otro modo, pero era preciso que eso naciese, fue él, yo estaba dentro, se ha detenido, es la centésima vez esta noche, más o menos, eso indica el espacio recorrido, es la última, se ha encorvado sobre su bastón, yo estoy dentro, es él quien ha gritado, él quien ha salido a la luz, yo no he gritado, yo no he salido a la luz, las dos manos, una sobre otra, descargan su peso en el bastón, la frente en las manos, ha vuelto a tomar aliento, puedo escuchar, tronco horizontal, piernas separadas, dobladas las rodillas, mismo abrigo viejo, los faldones envarados se levantan por atrás. Despunta el día, no tendría más que levantar los ojos, que abrirlos, que levantarlos, se confunde con el seto, a lo lejos un pájaro, lo justo para sorprender y se larga, es él quien ha vivido, yo no he vivido, malvivido, por mi culpa, es imposible que yo posea una conciencia y tengo una, otro me comprende, nos comprende, está ahí, ha terminado por llegar hasta ahí, le imagino, ahí comprendiéndonos, las dos manos y la cabeza hacen un montoncito, las horas pasan, él no se mueve, me busca una voz, es imposible que yo tenga voz y no la tengo, va a encontrarme una, me irá mal a él, le ajustaré las cuentas, sus cuentas, pero nada más. Esta imagen, el montoncito de las manos con la cabeza, el tronco horizontal, los codos por ambas partes, los ojos cerrados y el rostro paralizado a la escucha, los ojos que no se ven y todo el rostro que no se ve. El tiempo no cambia nada, esta imagen y nada más,  tierra cubierta de ruinas, la noche se retira, se ha largado, yo estoy dentro. Va a matarse, por mi culpa, voy a vivir eso, voy a vivir su muerte, el final de su vida y después su muerte, poco a poco, en presente, cómo va a arreglárselas, es imposible que yo lo sepa, no lo sabré, poco a poco él es quien morirá, yo no moriré, no quedará de él más que los huesos, yo estaré dentro, no quedará de él más que la arena, yo estaré dentro, no es posible de otro modo, tierra cubierta de ruinas, ha atravesado el seto, ya no se detiene, nunca dirá yo, por mi culpa, no hablará con nadie, nadie le hablará, no hablará solo, no queda nada en su cabeza, yo pondré en ella lo que se necesita, para acabar, para no decir más yo, para no abrir ya la boca, confundidos recuerdos y pesares, confusión de seres queridos y juventud imposible, inclinado hacia delante y sosteniendo el bastón por el medio avanza tropezando a campo traviesa. Una vida mía, lo intenté, ha sido un fracaso, nunca más que suya, mala, por mi culpa, él decía que no había sólo una, pero sí, sólo hay una todavía, la misma, pondré rostros en su cabeza, nombres, lugares, lo tramaré todo, con qué terminar, sombras para huir, últimas sombras, para huir y para perseguir, confundirá a su madre con unas grullas, a su padre con un peón caminero llamado Balfe, le pegaré un viejo chucho enfermo para que ame todavía, se pierda todavía, tierra cubierta de ruinas, pequeños pasos enloquecidos.

Samuel Beckett (1906-1989) de Detritus. 1950

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