Dos arañas sobre el
empapelado de flores de una pared cualquiera. Avanza el cuerpo gris, nítido y
móvil, disonante, de una que escala por encima de la otra y por debajo va
descubriendo, tímida la cola que se arrastra, una flor de quietos pétalos
naranjas, un tallo escuálido verde limón, una hoja, después, verde oscura, y el
amarillo patito de un sol de primavera plastificado en el papel. Macho-Hembra y
una fiesta de miradas furtivas, fugitivas, de ojos saltones y redondos, de
culos rellenos y macizos, de patas peludas que van y vienen. Un enredo de hilos
de lana, como patas peludas, como en cámara lenta. Pero enseguida la otra, que interpone
sus patas a rayas, cebra-araña de blancos y negros. Una pata esquelética que
sube como un brazo guerrero, espadachín diminuto, y otra pata que sale a cortar
ese vuelo. Y se cruzan y se miran y se miden y se alejan y se vuelven a acercar.
Y es el gordo cuerpo gris que otra vez avanza, más cansado pero ganador, subiéndose
sobre el otro cuerpo, casi inmóvil ahora, inferior, disminuido, que se resiste un poco,
pero no tanto, y una y otra y otra pata más, hasta que caen y estallan los dos contra
el piso de cemento del patio.
Karina Rodríguez
Karina Rodríguez