El eco de las alarmas golpea los rincones
y yo me agito. Un fuelle dentro de un tubo acrílico sube y baja. Las luces del
monitor cardíaco parpadean, es como si estuviera poseído por una entidad fantasmal
con urgente necesidad de comunicación. Algunas líneas verde-oscuras cruzan la
pantalla negra. Y van saltando como si bailaran. La respiración de mi padre es
pesada, lenta. Gota a gota.
Abajo la ciudad duerme pero yo no
confío, está despierta. Se oye el murmullo de los pasos de un transeúnte ocasional y en
seguida el asfalto los engulle. Una bocina suena a lo lejos y
sufre el mismo destino. El aire frío del invierno se traga el ruido haciéndolo
desaparecer. Desde el ventanal veo un cielo inmutable, sólido. Como ajeno a todas estas
cosas terrenales.
Y veo un cartel de neón. Inquieto. La luz que emite primero
es azul, después blanca: Facultad de Ciencias Médicas. School of
Medicine. Lo asisten una hilera de
faroles inundados de luz amarillenta y la certeza de que hay horas en que no habrá luz
de sol. Inalcanzable, la noche se aquieta minuto a minuto y se desliza hacia el
día mientras yo espero en ella. Aquí, como dormida.
Karina Rodríguez
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