La otra luz

 

You, darkness, of whom I am born
(Rainer Maria Rilke)

Nacemos de la oscuridad, sin dudas. Y esto sin hacer ninguna referencia al nacimiento físico; quiero decir: de algún modo la oscuridad proyecta en nuestras mentes una sustancia que nos moldea. Es a través del pensamiento que encuentra su modo de expresión, y nos hace ser quienes somos. Todo lo que la luz excluye de su ámbito se hace presente de una u otra manera, y nos transforma.

 

No, ninguna caída logró trocarse en ruinas
porque yo alcé la torre con ascuas arrancadas de cada infierno del corazón.
Tampoco ningún tiempo pronunció ningún nombre con su boca de arena
porque de grada en grada un lenguaje de fuego los levantó hasta el cielo.

(Olga Orozco)

En una primera aproximación podría parecer que es el mundo aquello que nos ofrece una mayor modificación, la realidad con su pie gigantesco, la experiencia vital. Sin embargo, es el interior aquello que no tiene límites y eso incluye al mundo onírico. La realidad es solo el comienzo, uno de los tantos aspectos posibles de la vida. Así, en cada individuo existe un continuum propio, irrepetible, que se mueve de exterior a interior. Es un conglomerado, mixtura de pensamientos, experiencias e ideas que nos hace únicos. De allí nacen la memoria, las obsesiones, las fobias, el temperamento, la personalidad, la creación, el amor y también los sueños, allí es donde nos convertimos en verdaderos exploradores. 


Nadie se muere aquí.
Una criatura vela
envuelta entre sus plumas de ángel invulnerable
jugando con ayer convertido en mañana.
Vuelve a escarbar con un trozo de espejo los terrenos prohibidos,
la oscuridad sin nombre todavía,
para entregar a cada huésped la llave al rojo vivo que abrirá cualquier puerta hacia este lado,
una consigna de sobreviviente
y las semillas de su eternidad
—un áspero alimento con un sabor a sed que nunca cesa—.

(Olga Orozco)

En la oscuridad interior tejemos y destejemos la maraña de eventos y sensaciones, pero también la noche omnipotente, como una diosa nutricia nos alimenta mientras teje su trama dentro y sobre nuestras pequeñas cabezas humanas. Muchos creemos en ella, es elemento y tensión. 

Nadie se pierde aquí.
A la entrada de cada laberinto
la adolescente aguarda con un ovillo sin fin entre las manos.
Otra vez del costado donde perdura el eco,
una vez más del lado que se abre como un faro hacia la soledad,
hay un hilo que corre solamente desde siempre hasta nunca,
que ata con unos nudos invencibles las ligaduras de la separación.
Con ese mismo hilo tejía sus disfraces de araña la impostura
y el estrangulador, noche tras noche, preparaba su lazo mejor para mañana.
Pero ella sonríe aún detrás de su cristal de azul melancolía
escribiendo sobre el vaho de las nuevas traiciones las más viejas promesas
con un tizón ardiendo,
para que nadie pierda la señal,
para que a nadie borre ni siquiera el perdón.

(Olga Orozco)

Y tal vez, en aquellos que decidimos crear, la obstinación por la palabra tenga que ver más que nada con eso: convertir aquello nacido de la maraña interior: 

Nadie sale de aquí.
Yo convierto los muros en ansiosas hogueras que alimento con sal de la nostalgia,
con raíces roídas hasta el frío del alma por la intemperie y el destierro.
Yo cierro con mis ojos todas las cerraduras.
No hay grieta que se entreabra como en una sonrisa para burlar la ley,
ni tierra que se parta en la vergüenza,
ni un portal de cenizas labrado por la cólera, el sueño o el desdén.
Nada más que este asilo de paso hacia el final,
donde siempre es ahora en todas partes al sol de la vigilia,
donde los corredores guardan bajo sus alas de ladrones de adiós a todo mensajero del destino,
donde las cámaras de las torturas se abren en una escena de dicha o infortunio que ninguna distancia consigue restañar,
y por cada escalera se asciende una vez más hasta el fondo de la misma condena.

(Olga Orozco)

En este mundo de seres adocenados, donde ya casi nadie habla de los sueños, donde a toda hora nos venden productos personalizados que no hacen otra cosa que despersonalizarnos cada vez más, donde a cada minuto gobierna la idea de vacío, la lógica de comunicar por comunicar, de expresar constantemente sin tener absolutamente nada para decir, la interioridad es casi la única esperanza de individuación que nos queda. 

La noche ha reducido los árboles y las estrellas ni siquiera palpitan.
Lo que tengo que decir, ¿viene de mí o de donde?

(Juan José Saer)



para violín y piano

¿Qué le queda al día de ti, cuando en la estría más vaga y fina de la sombra
vuelves el rostro hacia la tarde largamente perdida, eternamente rota?
Él te mira, celoso, viajar hacia la próxima luz como hacia un fuego puro,
nostálgico y breve, como quien ha caído en la red de un juego que era en
verdad una secreta condena
sola y sin pausa, naciendo y acunándose en la propia substancia de su horror;

día lejano de ti como una condición de otra,
como un regreso a un pecho muerto.
Todos los días sacrificas un día; allí lo dejas después, entre su luz agonizante
y te encaminas a beber trago a trago la noche espesa y fluvial
para soportar de pie el holocausto del mañana; y es eso
lo que llamas tu vida cuando con los espejos te confrontas
o tiemblas ante un ramo de rosas húmedas y vivas; allí lo dejas
en una danza fría, luz devota del hielo, ambigua inconsistencia blanca,
prehistoria de un aire actual que todavía no respiras; cazador, oh cruel,
enciendes y apagas días como fósforos; oh desvalido, cazas la luz y la 
detienes
y es en vano.

Juan José Saer (1937-2005) de: Para cuerdas (1960)




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