El demonio de la analogía

 


...
No hallarás sitios nuevos, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Darás vueltas por las mismas
calles. Envejecerás en los mismos barrios,
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra parte —no lo esperes—
no hay barco para ti, no hay camino.
Al arruinar tu vida aquí, en este pequeño rincón,
en toda la tierra la arruinaste.

Constantino Kavafis. La ciudad (Fragmento)


Como dijera Fernando Pessoa, por esta vez prescindiré de la cobardía del ejemplo. Pero sí quiero decir que para un creador el realismo es solo la base del arte. En ella puede eventualmente organizar su estrategia, de ahí un espiral ascendente rico en transmutaciones, infinitas abstracciones e intercambios que no tienen por qué tener un origen en las emociones del creador, aunque algunas veces ocurra, aunque la expresión sea siempre personal, lo que es decir, subjetiva. Lo que no le impedirá, en absoluto, rastrear el mito, eternizar la propia búsqueda, seguir incansablemente detrás del oso blanco.

El ojo de la foca -mi amuleto- me llevará hasta el oso blanco.
¿Hay algo más bello que perseguir al oso blanco en el océano blanco?
Hace muchos sueños que sigo sus rastros, estas pisadas
en la nieve que el viento borra y no llevan a ninguna parte;
y los ojos, de tanto mirar, ya han dejado de ver.
Pero a veces, en la inmensa blancura, he creído escuchar
una especie de lamento,
un bostezo no parecido al de ninguna otra criatura viviente.
...

Horacio Castillo. Fragmento del poema Alaska

Un desmembramiento, o al menos varias dislocaciones y comenzará la acción; la destrucción de lo real que Juan José Saer menciona en varias entrevistas y textos literarios, cuando piensa en el rechazo de las categorías formales que, desde niños, nos permiten concebir el mundo como una entidad racionalista y causal. 

Eso y no otra cosa es la creación.

Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no son sólo de mercancías, son también de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en ciudades infelices.

Italo Calvino about Invisible cities. 1983. Conferencia en la Universidad de Columbia.



Anastasia

Al cabo de tres jornadas, andando hacia el mediodía, el hombre se encuentra en Anastasia, ciudad bañada por canales concéntricos y sobrevolada por cometas. Debería ahora enumerar las mercancías que se compran a buen precio: ágata, ónix crisopacio y otras variedades de calcedonia; alabar la carne del faisán dorado que se cocina sobre la llama de leña de cerezo estacionada y se espolvorea con mucho orégano; hablar de las mujeres que he visto bañarse en el estanque de un jardín y que a veces —así cuentan— invitan al viajero a desvestirse con ellas y a perseguirlas en el agua. Pero con estas noticias no te diré la verdadera esencia de la ciudad: porque mientras la descripción de Anastasia no hace sino despertar los deseos uno por uno, para obligarte a ahogarlos, a quien se encuentra una mañana en medio de Anastasia los deseos se le despiertan todos juntos y lo circundan. La ciudad se te aparece como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte, y como ella goza de todo lo que tú no gozas, no te queda sino habitar ese deseo y contentarte. Tal poder, que a veces dicen maligno, a veces benigno, tiene Anastasia, ciudad engañadora: si durante ocho horas al día trabajas como tallador de ágatas ónices crisopacios, tu afán que da forma al deseo toma del deseo su forma, y crees que gozas por toda Anastasia cuando sólo eres su esclavo.

Italo Calvino. De Las ciudades invisibles.

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