Lobo ¿está?


Lo auténtico es lo que sobrevive 
(Selva Casal)

Charles Baudelaire apoyó con cierto fervor la idea de que la vida cotidiana de un artista debería transformarse siempre en un hecho intransmisible. Así, él hizo de su vida una obra de arte. Marosa di Giorgio también:
...
Cuando miro hacia el pasado, sólo veo cosas desconcertantes: azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la escuela misteriosa a la que concurrí durante cuatro años, asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones incestuosas. Aquella Vieja altísima, que pasó una noche por los naranjales, con su gran batón y su rodete. Las mariposas que, por seguirla, nos abandonaron.
...

Los artistas plásticos aseguran que todo su imaginario corresponde, más bien, al mundo de la plástica. En su escritura, Marosa nos habla siempre de una naturaleza viva, perturbadora y violenta. La inmensa fuente de la cual bebe su poesía es onírica. Lo onírico, en una agitación fantástica:

... Pero, desde hacía un largo tiempo, yo rogaba a mi madre que me dejase dormir en su alcoba, porque un rumor, una extraña ala, una vida
       que vivía apasionadamente por un instante y se callaba después, 
me tenía fuera de mí.
...

En Marosa ebullen la naturaleza y la sexualidad; con una presencia misteriosa, con un esplendor mágico, pero están ahí. Elementos infantiles, escenas domésticas rurales y figuras fantásticas se cruzan, se mezclan, esbozando un paisaje familiar, a la vez siniestro, donde no todo está dicho. Una suerte de inocencia cruel, si se permite. 

Los límites de lo humano se disuelven, volviéndose indistinguibles. En medio de todo, como el hilo conductor, existe el elemento sonoro, que participa de modo excepcional en esta fluidez de signos. Un lenguaje bárbaro, extranjero, el lenguaje hablado por la naturaleza misma:

Un pájaro amarillo, deforme, con un enorme pico, da un silbido. Ella, alegremente, responde con otro.

O:
    Los ojos le brillaban demasiado, hablaba un raro idioma del que,
                     sin embargo, entendíamos; palabras como hojas de tártago trozadas
              por el viento, hongos saliendo de la tierra; mi nombre sonaba 
en sus labios de una manera alarmante.

Lo humano, lo animal, lo vegetal y lo sagrado se fusionan:

Oigo los teros de la infancia, allá sobre el maizal que mi padre inventó, que él hizo, mata por mata, que regó y adoró.
                               Estoy, de pie, al lado de la casa. Pasan máscaras, la de los teros, la del maíz, la de Dios, esta es la más rara, la más fina.
                               Y baila, allá, sobre las colinas, 
                                                                 aquello atroz. 

Las formas se encuentran en permanente tránsito, en ella nada está completamente definido:

Yo tomé una astilla y saqué una mariposa colorada. La puse sobre el hombre. Saqué una mariposa verde y la posé sobre el hombre. Y luego, otra mariposa colorada. Las mariposas revolotearon y proliferaron. Él dio un grito largo, aullado, negro. Un grito como un ciprés. Pero la boca se le llenó de mariposas. Y el grito se le llenó de mariposas. Y hasta el alma se le llenó de mariposas.

Marosa di Giorgio nos recuerda que la animalidad, el instinto, subyacen en nosotros, que han sobrevivido; están bajo una piel domesticada, cubiertos parcialmente por un manto finísimo, donde se mezclan la moral, el psicoanálisis y los modales. Estas mismas criaturas que todavía somos aparecen en varios de sus libros, bajo distintas formas, siempre con atributos que nos remiten a la naturaleza. Como el Lobo, sólo por dar un ejemplo.


*
Cuando nació, apareció el lobo. Era un domingo al mediodía, –a las once y media, luz brillante–, y la madre vio a través del vidrio, el hocico picudo, y en la pelambre, las espinas de escarcha, y clamoreó; mas, le dieron una pócima que la adormecía alegremente.

El lobo asistió al bautismo y a la comunión; el bautismo, con faldones; la comunión, vestido rosa. El lobo no se veía; sólo asomaban sus orejas puntiagudas entre las cosas. 


La persiguió a la escuela, oculto por rosales y repollos; la espiaba en las fiestas de exámenes, cuando ella tembló un poco. 


Divisó al primer novio, y al segundo, y al tercero, que sólo la miraron tras la reja. Ella con el organdí ilusorio, que usaban entonces, las niñas de jardines. Y perlas, en la cabeza, en el escote, en el ruedo, perlas pesadas y esplendorosas (era lo único que sostenía el vestido). Al moverse perdía alguna de esas perlas. Pero los novios desaparecieron sin que nadie supiese por qué.


Las amigas se casaban; unas tras otras; fue a las grandes fiestas; asistió al nacimiento de los niños de cada una.


Y los años pasaron y volaron, y ella en su extrañeza. Un día se volvió y dijo a alguien: es el lobo...


Aunque en verdad ella nunca había visto un lobo.


Hasta que llegó una noche extraordinaria, por las camelias y las estrellas. Llegó una noche extraordinaria.


Detrás de la reja apareció el lobo; apareció como novio, como un hombre habló en voz baja y convincente. Le dijo: ven. Ella obedeció; se le cayó una perla. Salió. Él dijo: –acá


Pero atravesaron camelias y rosales, todo negro por la oscuridad, hasta un hueco que parecía cavado especialmente. Ella se arrodilló; él se arrodilló. Estiró su grande lengua y la lamió. Le dijo: ¿Cómo quieres?


Ella no respondía. Era una reina. Sólo la sonrisa leve que había visto a las amigas en las bodas.


Él le sacó una mano, y la otra mano; un pie, el otro pie; la contempló un instante así. Luego le sacó la cabeza; los ojos, (y puso uno a cada lado); le sacó las costillas y todo.


Pero, por sobre todo, devoró la sangre, con rapidez, maestría y gran virilidad. 


Marosa Di Giorgio (1932 - 2004)


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