Humanos, demasiado humanos

Charles Simic


Avanzas carnalmente como la luz, triunfando 
a través del veneno con que hicimos el mundo.

(Joaquín Giannuzzi)

Algunas veces cedemos a la tentación de preguntarnos -al menos yo lo hago- cómo es posible que escritores, pensadores, filósofos de la talla de Martin Heidegger, Emil Cioran, o Jorge Luis Borges pudieron haber sido capaces de suscribir al horror de la guerra, de la violencia o del nazismo. He visto a las mentes más brillantes de mi generación negarse a leer autores que tuvieran algún rasgo de tanto peso negativo en su pasado. 

Vaya a saber uno por qué, todavía hoy, sacralizamos la escritura y a sus ejecutores a tal punto que los pensamos, los tratamos como si fueran dioses. Julia Kristeva escribió que para producir un texto hay que cuestionarse entero: la manera de sentir, la sexualidad, el lenguaje. Y desde este punto de vista escribir se trata de una experiencia pura, pero no en el sentido de un científico que hace un experimento con algunos ratones para obtener un resultado, sino como cuestionamiento de lo antiguo y posterior surgimiento de lo nuevo. Se parece más a la experiencia mística, si se quiere. 

Escribir es darse cuenta, es una experiencia personal, única e intransferible que va a contracorriente del mercado y de la comunicación. En un momento determinado se va a comunicar, pero primero debe transitarse ese renacimiento para luego poder construir, con técnica, algo comercializable. 

Para Kristeva, que haya dos períodos en ese proceso no significa que sean consecutivos (algo así como primero cambio, luego escribo) porque pasan al mismo tiempo, esos dos momentos son uno solo y suceden de un modo simultáneo. La técnica es inseparable de esa transformación íntima, personal y de ningún modo nos salvaremos de nuestra propia humanidad, aunque algunas historias tengan verdaderos finales felices.

En abril de 1941 la ciudad de Belgrado fue bombardeada por el ejército alemán, ni siquiera el campo era entonces un lugar seguro. En 1944 se produce un nuevo bombardeo, esta vez en manos de los aliados. Así, las ruinas de la ciudad envuelta en polvo se convirtieron en un lugar de juegos para los niños. 

El poeta serbio Charles Simic escribió en sus memorias que un día, durante un encuentro de escritores en San Francisco, coincidió con el poeta Richard Hugo y fueron juntos a cenar. Simic había pasado el último verano de vacaciones en Belgrado, y le contó de su placentera estadía. Hugo comentó que recordaba y que conocía muy bien esa ciudad, procedió después a dibujarle un mapa sobre el mantel, con los puntos de referencia más importantes. 

Simic quiso saber cómo era que conocía tan bien Belgrado, si había vivido allí o si había estado alguna vez como turista. Hugo respondió que conocía tanto la ciudad porque, de hecho, la había bombardeado varias veces. Hugo ignoraba, por supuesto, que Simic había nacido en Belgrado en 1938 y que había vivido allí, en consecuencia, durante toda la guerra. Cuando se enteró de esta coincidencia por boca del propio Simic, quedó muy afectado. De hecho, estaba profundamente conmovido. Tanta fue la emoción de Hugo, que durante toda la cena no dejó de disculparse y dar explicaciones al respecto, como si hablar de eso, como si el hecho de poner sobre la mesa los detalles de esa terrible mueca del destino, pudiera calmarlo.

Un tiempo después del encuentro, Hugo le escribió a Simic un poema, que envió en una carta, en la que trataba de poner en claro sus emociones y de reconciliarse con el joven que había sido, el que había ido a la guerra con apenas dieciocho años, y había privado de sus hogares a miles de personas. 

El poema vio la luz en su libro de 1977, 31 cartas y 13 sueños, y Simic lo recogió unos años más tarde en sus memorias, como conclusión, pero también como un registro histórico personal de aquel singular encuentro. 

Carta a Simic desde Boulder

Querido Charles,
así que nos encontramos en San Francisco y me enteré
de que te había bombardeado hace mucho tiempo en Belgrado, cuando tenías cinco años.
Lo recuerdo. Nuestro objetivo era un puente sobre el Danubio,
queríamos dividir al ejército alemán en su huida hacia el norte
desde Grecia. Fallamos. Algo normal, teniendo en cuenta que yo
piloteaba uno de los bombarderos. Era negado con la mira Norden, era incapaz
de lanzar una bomba y cantar a la vez el himno nacional. Recuerdo que cuando llegamos Belgrado la ciudad se abrió a nosotros como una rosa. Apenas había fuego antiaéreo. No sabía que
ahorcaban gente a diario, que los alemanes habían colgado
a 80 000 eslavos en aquella ciudad para dar una lección a los demás.
Cuando el avión se liberó de su carga de bombas y volvimos a casa
mi interés primordial era seguir vivo.
¿Qué lengua hablabas entonces? Serbio, supongo. ¿Y qué pensabas
del terrible aullido de las bombas? ¿Cómo se dice “miedo” en serbio?
Seguro que igual que en inglés, un lamento largo y primitivo
de niños agonizantes, un niño fijado para siempre en la mirada muerta.
No voy a disculparme por la guerra ni por lo que fui. Estaba
voluntariamente confundido por aquella época. Puede que hasta creyera
en los actos heroicos (en los de los demás, no en los míos). Creía que era necesario
el sufrimiento en el mundo para que las cosas no se volvieran
a repetir. Pero era joven. EL mundo nunca aprende. La historia
se encarga de transformar el pasado en algo aceptable, los muertos
en sueños. Querido Charles, me alegro de que escaparas de las bombas, de que ahora vivas
con nosotros y escribas poemas. Sin embargo, debo confesarte que
me sentí muy mal cuando nos vimos en San Francisco. Era incapaz de quitarme
de la cabeza
que estabas en tierra aquel día, mientras el cielo tomaba
un inquietante color mostaza y el estruendo de los motores
despejaba el camino. Y en momentos como ése el mundo se limpia
para los supervivientes. El mundo queda limpio como las nubes
de verano, blancas e hinchadas, de las que surgen delicados pájaros
que se vuelven a ocultar, y nuestras vidas tienen la posibilidad de vagar lentamente
alrededor del mundo, con las panzas de los aviones vacías, el objetivo perdido,
el enemigo ignorado . Me alegro mucho de haberme encontrado contigo ahora
que todo ese odio sin sentido desapareció. La próxima vez, si quieres
sobrevivir, siéntate en el puente que voy a atacar y salúdame.
Llegaré bien, pero estaré nervioso y se me moverá el punto de mira.
Estés donde estés, estarás seguro. Te apuntaré,
pero llevo caramelos en lugar de bombas y he perdido al resto del escuadrón.
Tu amigo,

Dick.

Richard Hugo (1923 - 1982) 


Letter to Simic from Boulder

Dear Charles: 
And so we meet once in San Francisco and I learn
I bombed you long ago in Belgrade when you were five.
I remember. We were after a bridge on the Danube
hoping to cut the German armies off as they fled north
from Greece. We missed. Not unusual, considering I
was one of the bombardiers. I couldn't hit my ass if
I sat on the Norden or rode a bomb down singing
The Star Spangled Banner. I remember Belgrade opened
like a rose when we came in. Not much flak. I didn't know
about the daily hangings, the 80,000 Slavs who dangled
from German ropes in the city, lessons to the rest.
I was interested mainly in staying alive, that moment
the plane jumped free from the weight of bombs and we went home.
What did you speak then? Serb, I suppose. And what did your mind
do with the terrible howl of bombs? What is Serb for "fear"?
It must be the same as in English, one long primitive wail
of dying children, one child fixed forever in dead stare.
I don't apologize for the war, or what I was. I was
willingly confused by the times. I think I even believed
in heroics (for others, not for me). I believed the necessity
of that suffering world, hoping it would learn not to do
it again. But I was young. The world never learns. History
has a way of making the past palatable, the dead
a dream. Dear Charles, I'm glad you avoided the bombs, that you
live with us now and write poems. I must tell you though,
I felt funny that day in San Francisco. I kept saying
to myself, he was on the ground that day, the sky
eerie mustard and our engines roaring everything
out of the way. And the world comes clean in moments
like that for survivors. The world comes clean as clouds
in summer, the pure puffed white, soft birds careening
in and out, our lives with a chance to drift on slow
over the world, our bomb bays empty, the target forgotten,
the enemy ignored. Nice to meet you finally after
all the mindless hate. Next time, if you want to be sure
you survive, sit on the bridge I'm trying to hit and wave.
I'm coming in on course but nervous and my cross hairs flutter.
Wherever you are on earth, you are safe. I'm aiming but
my bombs are candy and I've lost the lead plane. 
Your friend, 

Dick.

Richard Hugo (1923 - 1982) 



Pero, además de esta anécdota, Charles Simic también nos contó una impostergable mirada femenina acerca de la guerra, la mirada de su madre:

La última vez que hablé con mi madre, en el invierno de 1994, el día anterior a su muerte, a la edad de ochenta y nueve años, me preguntó lo siguiente: ¿aún siguen matándose unos a otros aquellos idiotas? Le dije que sí. Ella dio un suspiro y dejó los ojos en blanco con un gesto de desesperación. Hacía tiempo que ya no veía televisión ni leía los periódicos, pero se hacía una idea bastante cabal del tipo de guerra sucia que se estaba llevando a cabo en Yugoslavia. Cada vez que iba a verla a la residencia de ancianos me hacía la misma pregunta y yo le respondía con las mismas palabras. 

A pesar de haber recibido una buena educación y de haber viajado mucho, mi madre, no entendía el mundo. Las guerras, incluso aquellas que se decía se libraban por causas justas, no tenían para ella ningún sentido. ¿Y qué pasa con los nazis? le preguntábamos mi hermano y yo. ¿No crees que mereció la pena hacerles la guerra a estos mal nacidos? Se encogía de hombros y con un gesto de la mano nos pedía que la dejáramos sola. Según ella, no existían los héroes: unos idiotas matando a otros idiotas era odio y era eso lo que ella veía.

Charles Simic.

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