Lo enigmático -esgrime en un análisis el doctor Julián Ferreyra- es acontecimiento porque circunscribe un más allá de cualquier lógica explicativa, sea esta lógica multicausal o no. Una obra, un hecho artístico, lo es justamente cuando se evita toda literalidad, cuando se le niega la reducción a explicaciones concretas, aun cuando estas tiendan a cierta lectura compleja o políticamente incorrecta.
En el enigma, de hecho, hay un centro siempre oscuro, rodeado de voces disímiles que lo que intentan es rellenar con explicaciones ese hueco que no se cierra.
Pero no habrá consenso en la oscuridad.
Mucho menos por estas épocas donde una transparencia fetichista y agónica es proclamada como máxima virtud.
Quizás por eso, en estos días, a muchos de nosotros nos atrae tanto ese enigma puro que el Guasón representa. Y ni la trama del film, ni la explicación simplista y densa del abuso infantil, ni la presencia de una madre que no ha podido ser "lo suficientemente buena", ni la violencia recalcitrante de una sociedad injusta y dividida como Gótica alcanzarán para desobnubilarnos.
Mirar al Guasón es detenerse a contemplar su imagen y su actitud, y pensar que no importa lo que nos puedan decir al respecto; la mirada y el pensamiento se hipnotizan frente a semejante presencia de ánimo.
Es que tal vez todo se trata de la composición, no de la historia.
Ferreyra dice que en el universo Batman, el Guasón es el único villano sin un origen consensuado. Y hablar con cualquier entendido en la materia significa obtener teorías y contrateorías sobre el origen que narra el cómic, pero también sobre cada una de las opciones que nos fue entregando el cine. Hay distintas versiones que son complementarias pero al mismo tiempo son contradictorias. ¿No es acaso metáfora del origen de cualquier ser hablante, sexuado y mortal?
Entonces ¿Por qué hay que explicar al Guasón? ¿Nos tranquiliza que esté loco?. Poder definirlo, encajarlo dentro o fuera de los parámetros de la normalidad ¿nos da paz?
¿Por qué hay que explicarlo todo?
Según el escritor argentino Luciano Lamberti, el punto es que desesperadamente queremos ser racionales, aún así, como condición humana, hasta en la mente más templada existe esa estela de fantasía que invadirá algún rinconcito oscuro, de tal modo que ningún racionalismo o análisis freudiano podrán anular totalmente el estremecimiento que nos causa el susurro del viento en la chimenea, en el bosque solitario. Por no hablar de los cementerios o los hombres Led de las discotecas.
En esta cornisa angosta por la que camina la razón, anida un poder único del que tanto el mito como la literatura, también el arte en general, se han estado nutriendo desde hace siglos.
Este fragmento, por ejemplo, que pertenece al libro de Lamberti de 2017, La casa de los eucaliptos:
...
Mi hermano, el de las sierras, no es el original. Es algo en el cuerpo de mi hermano, algo que lo reemplazó. Hace muchos años desapareció en el “bosquecito” y nunca volvió. Quiero decir: volvió, pero ya no era él. No es que estuviera distinto, o cambiado. Era otro, directamente. Otro que se metió en nuestra familia y la devoró por dentro.
Fue un 13 de abril. Me acuerdo bien de la fecha porque coincide con el cumpleaños de mi madre. Esa vez cayó domingo y comimos un asado en un parador, al borde de la ruta 9, yendo para Zenón Pereyra. Los domingos los asadores se llenaban de gente que estacionaba bajo los árboles y se pasaba el día entero ahí, oyendo el partido con la puerta del auto abierta, pero en ese domingo en particular no había casi nadie. Una pareja sola, que comió y se fue temprano.
Bueno, detrás de los asadores, cruzando un alambrado, estaba el bosquecito. Era un monte de esos árboles que se llaman siempreverdes, que habían nacido regados por la desembocadura del canal y cuyas hojas podridas formaban un colchón en el piso. Si uno se metía cien metros el lugar se ponía feo, con pedazos de vidrio emergiendo del barro, chapas podridas, perros muertos inflados por la descomposición y ratas del tamaño de un gato saliendo entre los escombros. De ahí vino lo que ocupó el cuerpo de mi hermano.
...
La canción que cantábamos todos los días (fragmento)
La risa del Guasón inquieta, es trágica, no se entiende bien qué pasa, pero tampoco necesita explicación. La psicología dice que su impacto tiene que ver con que es el síntoma del Guasón, que nos señala a su vez uno de los puntos sintomáticos de nuestra sociedad actual: el mandato idiota de felicidad, que tanto fastidia a Han, el pumpararribismo berreta que propone la autoayuda, el que aparece justo cuando estructuralmente está todo mal, enfermo, roto hasta la náusea; tal vez ese y no otro sea el origen de esa risa dolorosa, desplazada, fuera de lugar, esa cantata que surge en los momentos de relax, en los de angustia y en la ansiedad aguda.
"I have a condition" Insiste Phoenix, apenas con el aire justo como para terminar la frase.
Su cuerpo y su risa incomodan, pero también hipnotizan. Happy es capaz de redirigir hacia sus estertores histéricos la mirada del más apático de los empleados municipales.
En el capitalismo solo hay lugar para vivir adaptados, apretados, sumisos, complacientes al sistema.
¿De qué mierda nos reiremos nosotros entonces?
Alteridad
este miedo
que se quedó
acurrucado en la infancia
roba de lo que será
sensaciones remotas
peor que eso come
cosas
que ni siquiera ve
ladra
hasta no ser
sino un espejo astillado
donde mi vida aún
se haga y se contemple
y después
-si es que hubiera un después-
alza un bastión de palabras
entre un idioma extranjero
y lo extranjero de sí
no sé por qué
esta herida no me alcanza
kilómetros de palabras
confinadas a un poema
curiosa manera de decir
un hombre caminaba por la muerte
lo atravesaban
formas
un poco arrepentidas
graduaciones
de lo que no tuvo
el aire
que inhala por minuto
el mundo
cada vez que se extraña
el resto
fue aritmética mayor
saber caer y no caer
evaporarse
como una herida transparente
María Negroni