Memento mori


En el libro Ser y Tiempo, Heidegger se planta para hablarnos de la cotidianidad y la define como la "existencia inauténtica" o la "vida impropia". El das man, dice (en alemán), se refiere al hombre impersonal, ese que es igual a otros hombres y que hace lo que todos hacen; o sea, está normalizado por el entorno. En definitiva, la cotidianidad es ese lugar donde pensamos lo que debe pensarse (o como debe pensarse, lo que es peor), decimos lo que debe decirse y actuamos como debe actuarse. Cuántas veces el deber nos toma como rehenes. 
Así el hombre desaparece como individuo, coloca sus cotidianos en el lugar de Verdad y se hace indistinguible de otros, no llama la atención, no sobresale. No obstante eso, vive de acuerdo a lo que esos otros definen para él, al elegir vivir en la cotidianidad acepta lo que se ha denominado normalidad.
A pesar de todo esto, es esa existencia inauténtica la que nos asegura el ingreso al cielo de la comunidad, lo que es decir, a la esfera pública, o sea, a nuestro propio grupo de amigos y familiares. Aunque la palabra inauténtico tenga muy mala prensa, esto no necesariamente tiene que ser malo ya que, mal que nos pese, otorga cierto equilibrio necesario, porque de esta forma eludimos la consciencia de la muerte. En otras palabras, Heidegger dice que eludimos la consciencia de la muerte para no morir de lucidez.
Sin embargo, deberíamos recordar cada tanto que no solo nos vamos a morir igual, lo pensemos o no, sino que solemos estar tan arrojados a esa cotidianidad inmunda, tan habituados a ella, que cualquier cosa que amenace nuestra paz nos aterra. Y a tal punto llega nuestra ceguera, que recuperar la angustia como motor existencial se ha convertido en toda una utopía.

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