Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río ¡me atravesaba un río!
(Juan L Ortíz)
La mariposa Morpho se caracteriza por su gran tamaño, también por su llamativo color azul iridiscente, que en realidad no existe. Es que estas mariposas no son azules, de hecho, son transparentes; el color no es otra cosa que una ilusión óptica, proyectada en la retina del observador; un reflejo tan solo, de la luz en escalas microscópicas sobre diminutas escamas contenidas en las alas.
Nuestro cuerpo es nuestra casa, un cuerpo que allá por arriba no tiene ventanas, es cuerpo hermético, encerrado; pero que más abajo encuentra ingeniosamente algunas vías de comunicación. Tenemos como mínimo cinco sentidos, cinco ventanas enormes. La mirada es una de ellas.
Mirar es un acto voluntario. Dice John Berger: es el acto mediante el cual lo observado logra acercarse, vale decir, queda a nuestro alcance.
Existir es ser visto, es mirar y ser mirado. Como en la mariposa, la mirada nos atraviesa a cada instante, nos determina, nos constituye y nos transforma mediante un complejísimo proceso que entrama los pensamientos, el inconsciente y la introyección de contenidos e imágenes.
Y algunas veces la mirada logra proezas formidables. Logra proyectar, penetrar más allá, convertirse en contemplación. Porque aunque del pensamiento propio nos queden apenas vestigios, lo cierto es que, aún con todo ese ruido, se piensa con el cuerpo y se recuerda con el cuerpo. Aunque el poder haya estado moldeando nuestro deseo, aún así, la contemplación puede convertirse en algo propio, puede convertirse en creación.
Y en esa inmovilidad deliciosa, allí donde se sostiene el éxtasis, es donde radica toda posibilidad de recuerdo:
[...]
La llanura del Po ha dado toda su riqueza al norte de Italia, pero el río es impredecible, siempre cambiante, sinuoso, renuente a las normas. Cuenta con una larga historia de repeticiones regulares y de impredecibilidad. Unas veces es una corriente de cieno. Otras, empuja al propio mar. Su cauce sube y sube; de ahí el perenne peligro de inundaciones.
La superficie de este río femenino, tal vez el más femenino del mundo, al contrario del Danubio, que es masculino, es calma, pero unas corrientes invisibles y feroces circulan por sus profundidades. Atención navegantes inexpertos: el Po riega y ofrece buenas cosechas; y es indiferente, como lo son todos los ríos.
En la película de Michelangelo Antonioni de 1943 el río es el protagonista, un protagonista caracterizado por su voluntad colosal de llegar al mar, pero sin mostrar jamás impaciencia. Cuando lo alcanza, el mar, en lugar de abrazarlo, le echa una mano para que se suba a la blanca cama del cielo.
[...]
John Berger
Aunque contemplar sea una forma de amor con mala prensa, hay un lugar donde están las palabras. De allí salen, aunque no regresan. Es un lugar inspirado, liminar, oculto; el centro mismo del misterio. Como una forma de evadir el sentido común colectivo y tóxico que nos rodea, mediante la contemplación lo que hacemos es acomodar las piezas deformes de la realidad patente dentro de nuestra modesta capacidad poética:
También en el amor
la condición del Ello es distinta.
Ella vista por él
es un impulso divino
que termina en el Infierno
si no lo detiene el Yo
o lo equilibra el Otro
la energía controlada
de sus intentos desmedidos
puede servir lo inverso que se teme
esto importa la necesidad
de apreciar su fuerza
que mata lo mediocre
por odiar lo falso
está presente en toda acción
controlada o sin control
que asombra al mundo
con su belleza o su violencia.
Francisco Gandolfo de El sueño de los pronombres.
Se tratará entonces de resignificar, reformular, de volver a contar, de actuar con las palabras. Como milagreros resucitadores, saldremos a encender los candiles en plena noche. Otros tendrán sus métodos también, incluso más eficaces. Siempre habrá tiempo para volver a lo que somos: habitantes de un mundo siniestro, testigos de calles densas y roñosas, abundantes en baratijas que nadie necesita, donde nuestras vidas se fundirán con otros miles de millones de vidas mediocres.
Así, contemplar es una forma de amar, ponerlo en palabras, una utopía:
Refulge otra vez el sol sobre el río,
siéntate en la hierba con espíritu tranquilo
y mira a los muchachos bañarse y reír.
Acepta estrictamente esta visión.
(Has mirado tu sombra desde el puente
y te ha extrañado
que no tuerza hacia la corriente)
Tú también te bañaste aquí
y entonces el río era igualmente sucio, dejaba
estrías de barro en las comisuras de la boca
donde se formaba esa risa gratuita, risa
sólo por estar allí, zambulléndose
y emergiendo con un único conocimiento,
el de las cualidades tangibles del agua.
Ése era el sentido de la risa.
Acepta estrictamente ese sentido y declina
la especulación poética. Porque es tu verso opaco
contra tu brillante alegría de muchacho.
José Watanabe (1946-2007) de El guardián del hielo, 2000.