Busán



Huimos del patio oscuro, de la noche silenciosa; sin dejar de mirar para la calle. Porque una puerta de vidrio al final del pasillo es una puerta que no protege, de una casa que da miedo. Puede venir algo que sea peligroso,  por eso miramos tanto; como si fuésemos incapaces de hacer otra cosa que mirar, como si mirar detuviera. Y finalmente ese algo nos lleva para adentro. Nos empuja eso que nos decide a entrar. Como en las películas, cuando en el movimiento de la cámara se intuye que se viene arrastrando bajita la fuerza del diablo. Es un viento, una ráfaga maligna; sabés que se te mete si te alcanza. Corrés. Pero todo está oscuro adentro, más oscuro todavía, hay gente dormida por los pisos y hay que pasar otra puerta. Como un gato intentás entrar, en cuatro patas. No ves en la oscuridad, algo se clava en las manos; te movés despacio y en silencio, pasás por abajo de una red de nylon que cubre la entrada. Dos palabras se te escurren de los labios. Apenas tenés aliento para preguntarte para qué, qué fin de protección puede tener esta pobre envoltura, esta endeble transparencia; generada por qué idea, de la mente de qué demiurgo surgió y está ahí, en su inútil tirantez de plástico. De día se sale al sol, otra vez. Se huye de la noche, también se huye del día. Se corre por avenidas interminables y desiertas, entre miles de chinos apurados con trajes de Dior, que invierten en la bolsa. Se espera que nos alcance la muerte.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario