Sin título



La palabra
es
una
piedra
que
ruge y sangra






Novedades Literarias



Diabólica Tentación es la primer entrega de la Colección Espejo gótico publicada por Apache Libros bajo dirección del escritor argentino Sebastián Beringheli.


Sebastián Beringheli es el director de la web El Espejo Gótico Esta web se ha convertido en un referente indispensable para todos aquellos que están interesados en la cultura gótica. El autor realiza la traducción de textos originales, recopilación, edición y apuntes biográficos de una infinidad de autores relacionados con la cultura gótica.

Gracias a su web se ha convertido en uno de los mayores expertos y divulgadores de este género. Moviendo una comunidad de más de 40.000 seguidores en Facebook y 6.000 followers en Twitter. Diariamente actualiza la web con artículos relacionados con el género gótico.

Actualmente reside en Buenos Aires, Argentina.


En esta antología no hay distinción entre autores o autoras porque la idea fue centrarse plenamente en los personajes femeninos como ejes de la antología. La maldad que estos reflejan, como verá el lector, se produce por el desamor, la venganza o la incomprensión y estará repleta de tintes sobrenaturales y misteriosos

En esta colección cada entrega estará dedicada a un tema fundamental del género y, además, por supuesto, de la mano de los grandes maestros del horror.

Apache Libros.

Más info en Diabólica tentación. Relatos de mujeres malignas



Silencio




Lo que no digo estalla en mi boca,
esparce sus esquirlas dolorosas,
se mete entre mis dientes,
el contenido líquido se aglutina,
forma una masa viscosa
que se me pega en las muelas.
Lo ignoro lo mastico,
intento derrotarlo,
lo condeno,
me mata.

Sobre escritoras Luneras



"Mujer mirando la Luna" Victoria Sheridan 


Sobre escritoras Luneras

(Poesía desde la ventana)


Con el advenimiento del patriarcado, se hizo tradición que las mujeres observáramos la Luna desde un espacio cerrado. Siempre y cuando no nos acusaran de vivir en ella, por supuesto. Desde nuestras abuelas, la ventana nos ha indicado el camino hacia la hermosa luna y tal vez por eso nos ganamos el término (poco feliz, por cierto) de Ventaneras. Paradójica y afortunadamente, no todas las ventaneras andaban con el limpiavidrios en la mano; mucho menos pensando en el pastel de papas para la cena.  Muchas de ellas escribieron y aún escriben. Carmen Martín Gaite es escritora pero también es una consagrada ventanera. En su poesía abrió muchas ventanas porque piensa que desde hace muchos años la ventana es el punto de referencia del que dispone la mujer para soñar desde adentro ese mundo que bulle afuera. Parece que, desde ese lugar, las ventaneras predecesoras se dejaron acunar por sus ensoñaciones y meditaciones lo que les procuraba una tregua en el detestable conjunto de las tareas domésticas. Una ventana es, en mayor o menor medida, un puente entre lo conocido y lo desconocido; un lugar fronterizo que divide pero que también conecta; una perspectiva de ruptura que una vez fue la única brecha por donde la mujer podía echar a volar sus ojos, en busca de otra luz y otros perfiles que no fueran los del interior de su hogar. Las más valientes tuvieron la osadía de poner por escrito estas impresiones obtenidas desde la ventana. Eso logró un enfoque particular sobre la vida ya que, desde esa perspectiva, las mujeres somos centinelas de ambos mundos porque la ventana condiciona un tipo de mirada: mirar sin ser visto. Y vuelvo a pensar en la poesía de Anne Sexton, asegurando que las mujeres que escribimos somos –en realidad- pequeñas espías. Tradicionalmente, las mujeres hemos mirado y escrito siempre desde el interior. Por fortuna, quienes nos precedieron, tachadas de livianas y ventaneras, no pudieron evitar levantar la mirada, trascender aquello impuesto (casi siempre con un aire desafiante, aunque a escondidas al principio) y atreverse a sentir los anhelos de libertad de expresión que nos estaban vedados y que nacieron arrastrando una voluntad cada vez más feroz de vivir sin  disfraces ni máscaras. Ellas asomaron el alma a las ventanas de los ojos, luego los ojos a la ventana y observaron todo con descaro y con cautela, dejándose a la vez penetrar por la mirada de los otros pero sin temor al rechazo ni en procura de aceptación. No es de extrañar, entonces, que la vocación de la escritura naciera en muchas de estas autoras como deseo de liberación y desahogo, y que ambos afanes tuviesen como marco nada menos que una ventana, que es el punto de enfoque y el punto de partida. 

Porque la escritura ha sido siempre una forma de libertad  en contraste con la asfixia y la vulgaridad de la vida cotidiana, es que mujeres como Delmira Agustini, Rosalía de Castro, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Maya Angelou y muchas, muchas otras, se atrevieron a desafiar el lugar que les fue socialmente asignado mirando más allá.  Ellas trascendieron su espacio y su tiempo y, todavía hoy están ahí, asomándose a la ventana, para recordarnos que aunque las mujeres hayamos salido finalmente al mundo, obteniendo títulos, galardones y puestos de trabajo que parecían inconquistables, todas -absolutamente todas-  llevamos una ventanera adentro que observa la luna con la melancolía de un lobo. Ya no injustamente sofocadas por un interior castrante y represivo sino como poseedoras de un interior que nos reclama para ser conquistado y habitado en soledad reflexiva, porque desde una ventana todavía pueden decirse muchas más cosas que desde un estrado.

El invitado




  Volví del sueño como se vuelve de la muerte, con voluntad desintegrada. Fui obligada a reaccionar. Sentí el roce de los dedos en la espalda, la mano borrosa todavía, y pesada. Sobre la piel. La suavidad de las sábanas en la mejilla y los hombros helados. El contacto insistente me pareció delicioso. Se hizo continuo, ondulante. Durante unos segundos, describió un recorrido caprichoso, hábil. La danza de las cortinas, normalmente muda, hizo un sonido ronco que se pareció al zumbido de un insecto. Levanté la mirada casi por instinto, lo hice sin formularme preguntas. Sin pensar realmente en las cortinas. Vi la luz del foco de la calle desparramarse justo en la ventana y se me clavó en el ojo que dejé disponible.  
   Él me sostuvo el cuello con firmeza y después me soltó para volver a empezar. Los dedos quemaban. El vientre ya tenso, en espera, reactivo, se anticipó al goce casi de inmediato. Estaba desnuda, desnuda y boca abajo, así me había perdido en el sueño sin pasar por ninguna lucidez previa, o no me acordaba. Ahora, húmeda, propicia y esperando más, volvía a todas las señales que latían en la habitación. Nublada como estaba, sólo podía pensar en una cosa. La mano insistía, siguiendo el recorrido de mi espalda. Me arqueé un poco, invitándolo, como de costumbre. Después, enloquecida de gozo me di vuelta buscando sus ojos. Él también dormía, boca abajo, a mi lado.

Karina Rodríguez