La cesta y el arco


Si hay algo que todos le debemos al feminismo es la capacidad de dar respuestas. Y respuestas –lo dice la filosofía– es lo que todo ser desea. La doctora Rita Segato no duda en advertir, sin embargo, que no puede existir feminismo, porque no puede existir espacio de resistencia, allí donde no haya teoría feminista. La teoría es vital, declara, porque debe conversar todo el tiempo con aquello pensado previamente por otros. En definitiva, además de voluntad y militancia necesitamos formación que venga desde los expertos para poder repensarlo todo.

Así, la escritora y socióloga Eva Illouz, en conversación constante con los feminismos, observó ciertos datos interesantes. 

En el año 2017, Disney decide llevar a la pantalla del cine el cuento tradicional La Bella y la bestia. El primer tráiler de la película tuvo 91.8 millones de visitas en menos de 24 hs. Adoctrinada en la filosofía, la doctora Eva Illouz simplemente se preguntó ¿por qué?

"Una película, una historia -nos dice Eva- solo puede ser muy popular cuando representa, cuando describe, la vida social de una comunidad". "Como los zombies", agrega sin miramientos Rita Segato, que anda por ahí.

Ese mismo año, Donald Trump, empoderado políticamente, asume la presidencia de los EE. UU. Votado por el 53% del padrón electoral femenino de ese país, antes de la elección había declarado que para él la gran mayoría de las mujeres no era más que “gordas cochinas y desagradables”. Y nuevamente Eva se preguntó ¿por qué?

¿Por qué las mujeres nos vemos tan atraídas por los monstruos?

La Bella y la Bestia es un cuento tradicional francés escrito por la novelista Gabrielle Suzanne Barbot de Villeneuve en 1740. En su investigación, en su crítica, Eva descubre que el cuento tiene algunos elementos del cuento popular. Encuentra elementos del relato mitológico de Eros y Psique, y del cuento de Giovanni Straparola El rey cerdo.

El relato mitológico describe a la bella Psique, criatura mortal, tomada en cautiverio por el no menos bello dios Eros. La leyenda cuenta que ella “lo espera en un castillo vacío, consumiéndose de deseo” . Por otro lado, en el caso de El rey cerdo, el cuento trata de tres hermanas a las que su familia quiere persuadir, primero a la mayor y luego a la siguiente, de casarse literalmente con un cerdo. Las dos primeras hermanas, siendo ya mayores y, analizando el asunto con la perspectiva adecuada, deciden rechazar la propuesta. Después de eso, son oportunamente asesinadas, por supuesto. La tercera, en cambio, más joven e inexperta, acepta quedarse con el cerdo y se arriesga a vivir con él. En su vida conyugal se obliga a ser amable y cariñosa, así que, en vez de la muerte, su recompensa es ni más ni menos que la transformación del cerdo en un bello príncipe. 

A primera vista, el mensaje puede parecer simple, incluso inocente ya que ha sido formulado para niños. Sin embargo, entraña una profunda amenaza. 

El cuento de Bella tiene un argumento similar. Aquí un trabajador, padre de tres hijas mujeres, sale de viaje y decide traer un obsequio para cada una. Como la más joven le ha pedido una rosa, al intentar obtenerla, este hombre se topa con el dueño del castillo quien, profundamente ofendido por la profanación de su jardín, lo amenaza con matarlo y, a cambio de perdonarle la vida, exige conocer a su hija menor. Es un monstruo, aclaro.

Este dato pequeño tampoco pasa desapercibido para la doctora Eva Illouz.

Es que aquí aparecerá con bastante claridad el pacto fraterno, pacto intragénero, propio solo del género masculino; donde los dos hombres sellan un acuerdo, tácito o no, que decidirá el destino de Bella. En este pacto, donde se afianza la cofradía entre ellos, el padre aprueba. Bella, persuadida por la situación que le cuenta su padre, decide sacrificarse por él y va al castillo a conocer al monstruo. Allí, los sirvientes la vestirán con ropas elegantes, la peinarán, incluso le obsequiarán joyas, y le servirán los mejores manjares; pero habrá que animarse a vivir con el monstruo. 

Si bien al principio Bella teme, como es lógico, el cuento no deja de sugerir que el monstruo esconde un alma, que espera una heroína lo suficientemente valiente para rescatar ese corazón pedregoso, inmenso de maldad. Entonces Bella prueba con ser amable y obediente,  hasta que por fin se da cuenta que está enamorada de la bestia, lo besa y ese beso “como es verdadero”, nos dicen, lo transforma en un príncipe. Igual que el cerdo, igual que el sapo. Vemos que el formato del sacrificio femenino también se repite sin cesar.

Eva Illouz nos dice que el cuento fascina porque resuelve la ansiedad femenina fundamental de convertir a un monstruo desalmado -o a un cerdo desagradable o a un sapo frío- en un ser medianamente sensible, del que tarde o temprano se espera cierta amabilidad, cierta entrega. El cuento, como muchas otras historias, también expresa la fantasía femenina de superar el dominio masculino y la dependencia emocional, tan presente en las relaciones heterosexuales. 

En definitiva, expresa la fantasía de amigarnos con la masculinidad. Nos dice Eva a modo de conclusión: 

...en la heterosexualidad hay siempre una definición relacional que viene del enorme poder que los hombres ejercen sobre las mujeres; poder definido por las “potencias”. La potencia intelectual, la potencia sexual, la potencia económica, la potencia bélica o la potencia moral. En el hombre blanco cualquiera de estas potencias será excusa suficiente para ejercer poder en una relación...

En las relaciones heterosexuales aparecerá siempre ese diferencial de poder. A menos que nuestras mentes febriles alberguen la inocencia de una relación ideal, por supuesto. Prueba de ello es que normalmente es el hombre quien da el primer paso en eso que suele llamarse “conquista amorosa”, el primero que manifiesta su voluntad de “tener algo”, quien inicia el cortejo. Detrás de ese acto inofensivo, mínimo, detrás de esta sutileza a la que ya nadie presta demasiada atención, sin embargo, se esconde una definición: es el hombre quien valida y define con esa decisión quien es femenina y quién no lo es. Ellos son los que históricamente han definido la femineidad, mientras que nosotras jamás hemos tenido oportunidad de definir la masculinidad, porque la masculinidad también la definen los hombres. 

La clave del monstruo será siempre el silencio respecto a sus sentimientos, el control, el desapego emocional, lo cual le otorgará aún más control sobre la relación. Sin embargo, tanto en la pareja como en la sociedad, la mujer suele proporcionar un cuidado físico y emocional constantes, con una vincularidad tan propia, tan política, tan distinta a la masculina. 

Esta disposición se puede ver con claridad en el hecho de que la mayoría de las profesiones de cuidado y restitución de la salud son ejercidas en mayor proporción por mujeres que por hombres. Y eso es, sin dudas, porque para la mujer el amor redime. Y por el mismo precio, las mujeres no violan, tampoco golpean. 

Bella y bestia son sólo ejemplos de cómo escondemos la verdadera naturaleza de las relaciones heterosexuales. Sigue un esquema de ficción romántica muchas veces pensado y transmitido por mujeres, donde aparece un hombre frío, a veces cruel, reflejo de nuestras relaciones, del mismo modo que aparece en novelas como Orgullo y Prejuicio, Sensibilidad y sentimientos y Jane Eyre. En estos ejemplos, el hombre suele estar “emocionalmente distante” cuando no suma crueldad durante el ejercicio de la relación; esto genera grandes cantidades de ansiedad en la heroína, que se esfuerza constantemente por complacerlo, muchas veces sin resultado. 

La Bestia, como vemos, es sólo una más de las múltiples máscaras del patriarcado; una representación. Lo esencial es el mensaje, sin embargo: en estas ficciones el hombre que produce miedo en algún momento será capaz de ser amable y cariñoso, siempre a cambio de una gran cuota de amor, perseverancia y sacrificio de la heroína, siempre que esté dispuesta a ser incondicional, palabra clave, si las hay; aunque para eso deberá soportarlo todo, aceptarlo todo, engaño, frustración, frialdad, abuso. 

Las expertas dicen que en este mismo orden se encuentra la saga Cincuenta sombras de Grey. Otra vez la historia representa un tipo de violencia cultural que se naturaliza. La pieza sacrificial es la mujer. Aquí Cristian Grey es el héroe, un sádico bello y egoísta (como Eros) que sodomiza y después descarta, anhelando en secreto a la sumisa adecuada que venga a sanar sus traumas infantiles. Es una ficción romántica, donde el amor de la heroína consigue, nuevamente, vencer. A fuerza de destrozarse a sí misma y de perder identidad (digamos todo) logrará combatir la fealdad, la monstruosidad de ese hombre. De ahí, el sádico pasará directamente a ser un marido cariñoso y un padre ejemplar. Vaya magia ¿eh? 

En todas estas historias, la heroína mágicamente olvida el pasado, obvio. Puede pensarse que su inmenso corazón no tiene espacio para el rencor, lo que es como decir que es incapaz de aprender de su propia experiencia vital.

Este tipo de historias son el centro de la fantasía femenina, ha sido implantada, aceptada, sostenida por años y años de patriarcado. Al igual que Bella, quien se sacrifica por su padre y pelea contra el monstruo solo con amor hasta transformarlo, la mayoría de las protagonistas pasarán de damiselaen apuros a heroínas.

Pero ¿cuál es el precio? 

La dignidad, la voluntad, la libertad, la concepción de nosotras mismas como sujetos de derecho, la identidad, la vida.

Hoy la mujer se propone superar esta desigualdad. También tendrá su precio.

A fuerza de tantas historias, el patriarcado ha logrado enseñarnos cómo amar a la bestia. Aprendimos a hacerlo, a tenerle paciencia a la frialdad y el desinterés masculinos, a sentir la crueldad como algo normal, a adaptarnos a sus tiempos, a comprenderlos. En definitiva, aceptamos ser lo otro.

En estos términos, un ser frío, controlador y dominante será el generador de un amor incondicional, el beneficiario de todo sacrificio. Así, el sacrificio femenino logrará vencer la repulsión por un ser insensible y distante. Así, la frialdad invitará a sacrificarse por el monstruo.  

Y quien no entienda esta consigna será asesinada, disminuida, comparada o derribada. Finalmente, quien se sacrifique, quien acepte unirse al cerdo, la obediente, aquella capaz de soportarlo todo a cambio de migajas, será la criatura virtuosa. Virtuosa y victoriosa. ¿Victoriosa?

A pesar de los éxitos de taquilla todo es mentira. Al sostener este tipo de relaciones solo se prolongará el sufrimiento, la pelea por el poder se volverá alienante para ambos; el hombre siempre disputará ese poder constitutivo; lo hará con formas engañosas e impensadas, muchas veces inconscientes; será capaz de hacer cualquier cosa por conservarlo, por tener ese lugar de privilegio que la sociedad le ha otorgado hace ya muchos años. 

A menos que decidamos deconstruir estos modelos de cuento, siempre serán formas del poder que nos exceden; porque están en nuestra construcción psíquica, latiendo agazapadas desde niños, igual que lo están las fantasías amorosas. El amor existe, sin dudas, pero la deconstrucción recién se encuentra en su etapa de inicio. No nos queda más que transitar con valentía, con ojos abiertos, sin perder pie, la delgada línea, la difusa frontera, entre amor y poder, entre cuidado y cautiverio. 

Pero para construir algo nuevo habrá que trabajar con los restos.

Siempre habrá un precio, hay que saberlo. Es preferible pagar por él en forma consciente, entender, darse cuenta. Perder la inocencia. Por más que la siembra se haga con un amor incondicional y perseverante, la cesta muchas veces permanecerá vacía. El arco, sin embargo, suele contar otro destino: aquello que no logre escapársele morirá y será devorado.