Doctor muerte


Había una vez un antes, se perdió.
¿Alguien olvida una cosa así?
¿O la esconde en el regazo para siempre?
En ese antes hay marcas, gruesas como cicatrices, dispuestas 
a ser leídas, una y otra vez.
El rayo tiene una sola función: quemar.
Quema ilustrado, feroz.

María Negroni. El corazón del daño


Atención: contiene spoilers de Las crónicas vampíricas de Anne Rice.

Armand es El dueño de Rampling Gate.

(Y el puto amo del universo)

Se hace necesario aquí desglosar la primera afirmación: Armand nace a orillas del Río Dniéper en Rus de Kiev, Bielorrusia. Nace hijo de Iván, bajo el nombre paterno de Andreii. Pálido y macilento, nace también con un don: pinta íconos religiosos sin haber tenido contacto con ellos ni conocimientos previos de pintura y religión. Andreii tenía entonces siete, ocho, tal vez diez hermanos. Sus padres realmente no registraban siquiera si comía o cual de los pequeños era. La vida era muy dura entonces.

Mientras cabalga por los Campos Salvajes cercanos a Kiev con su padre, intentando poner una ofrenda en un arbusto, será secuestrado por uno de los ejércitos invasores tártaros, vendido después a un prostíbulo de Estambul, Turquía, donde perderá el habla, y después a uno de Venecia, donde sorteará la castración, aunque vivirá entre los eunucos de El Véneto.

Durante un paseo nocturno en góndola, el vampiro Marius de Romanus lo escuchará rezar en su lengua materna desde el piso terroso de su celda. Moribundo y famélico, en medio de unas fiebres, lo comprará al dueño del prostíbulo por una bolsa de monedas de oro. Lo llamará Amadeo. Aunque podrá ver las imágenes mentales de su infancia, no logrará que vuelva a pintar nunca más.

En las Crónicas vampíricas, Marius menciona a Fra. Filippo Lippi y Brunelleschi como sus maestros humanos, además frecuenta y visita Florencia y Venecia en pleno quattrocento y también cinquecento, esto es Renacimiento, compra a Amadeo de quince años humanos en un prostíbulo de Venecia, así que la invasión a las estepas de la que hablamos debería ser la de los Tártaros de Crimea en 1507. 

Espero que Anne Rice se haya planteado todas estas cuestiones cuando lo escribió. 

De ahí hasta su nacimiento al vampirismo, la historia de Amadeo será una historia repleta de incoherencias. Después también: usará sus poderes mentales para acumular riquezas, será dueño de un nido de vampiros en Miami, La Isla de la Noche, un sitio de juego y diversión humana, un sitio de perpetuo día, donde jamás se apagarán las luces. Comprará barcos, aviones, casinos; extraerá tesoros de las profundidades marinas.

Con respecto al Don Oscuro, para no extenderme tanto, solo diré que, con un hilo de vida a causa de su propia impericia, en complicidad con la espada envenenada de un Lord inglés de heterosexualidad dudosa, Amadeo nacerá obligado a la vida vampírica de boca de su protector, Marius. 

Porque para Anne Rice hay una regla: más vale amante vampiro que amante muerto.

Un nuevo periplo de luces y sombras lo convertirá en Armand, el vampiro. Dejará de ser el discípulo adolescente y sumiso, el protegido de Marius, para nacer a una vida adulta llena de oscuridad, que solo se detendrá frente al carisma insoportable y la sonrisa vibrante de Lestat. 

Se van a detectar mutuamente, pero después se enfrentarán en la nave principal de la iglesia de Notre Damme. Armand será por entonces el líder de un aquelarre de vampiros cirujas. Vampiros flagelantes, que vivirán sepultados en las catacumbas del cementerio Les Innocens de Paris. Lestat vestirá terciopelo, joyas y charol, frecuentará la Ópera y saldrá con mujeres. El día de la iglesia, estará junto a su madre biológica, Gabrielle de Lioncourt, huyendo quien sabe de qué. Tal vez del aquelarre.

Gran amistad de tierra adentro, Lestat va a dejar a su cargo El teatro Renaud para viajar a América por primera vez. Armand lo va a administrar y lo convertirá en El teatro de los vampiros, es decir, el nido de vampiros de Paris. 

Nunca mejor dicho: vampiros jugando a ser humanos que juegan a ser vampiros.

Después de visitar Europa del Este, después de encontrar solo Ghouls descerebrados y campesinos supersticiosos y analfabetos; después de matar a Lestat en la traumática experiencia de América,  a él acudirán finalmente Claudia y Louis en busca de respuestas. 

Mala idea candorosas criaturas:

-Did you kill this vampire who made you, Louis? Is that why you are here without him, why you won't say his name? Santiago thinks that you did.

Alguien debería haber advertido a Louis que Armand, por más que pregunte, nunca necesitará respuestas. Que va a encontrar una manera brutal de deshacerse de Claudia, y una manera ingeniosa y sutil de deshacerse de Lestat, distrayéndolo, alejándolo, sin contradecirlo. Que va a salvarlo del fuego, de la soledad, del remordimiento de siglos, de los otros vampiros del teatro, y de ser emparedado en vida. 

Alguien debería haber advertido a Louis que Armand sería capaz también de devorar libros enteros de anatomía humana para satisfacer diligentemente las ansias de Claudia, esa niña vampiro que no podía crecer; así que intentaría trasplantar, sin éxito, en su cabeza de niña con cerebro de vampiro, el cuerpo de varias mujeres adultas. 

Alguien debería haber podido predecir que después de tantos horrorosos tormentos físicos, Claudia por fin moriría en las manos de Armand; que detrás de la criatura angelical que representaba realmente se escondía un ángel de alas negras, un vampiro despiadado, que no conservaba ya ni trazas de piedad. 

Pero ¿por qué decimos que Armand es El dueño de Rampling Gate? 

Porque Armand verá la luz por primera vez en la primera crónica vampírica de Anne Rice de 1973 (Entrevista con el vampiro), pero parecería haber disparado varias historias paralelas en su creadora: El dueño de Rampling Gate en 1984, Cry to heaven en 1985 y Vittorio en 1999. Hay mucho de Armand en cada uno de ellos.

[...]

—Escúchame, vamos a subir a esa torre —me dijo Armand.
—No. Yo no podré... Es imposible...
—No has empezado siquiera a conocer tus poderes. Puedes subir fácilmente. Recuerda
que, si caes, no te lesionarás. Haz lo que yo hago. Pon atención a lo siguiente: hace cien
años que me conocen los habitantes de esta casa y piensan que soy un espíritu; así que, si
alguien te ve por casualidad, o tú los ves a través de las ventanas, recuerda lo que creen que
eres y no demuestres interés o se sentirán defraudados y confundidos. ¿Me oyes? Estás
perfectamente a salvo.

Yo no estaba seguro de qué era lo que más me aterrorizaba: si subir por esos muros o que
creyeran que era un fantasma; pero no tuve tiempo para inventarme excusas ingeniosas.
Armand había empezado a subir, sus botas encontraban las grietas entre las piedras, sus
manos eran tan seguras como garras en las hendiduras; yo lo seguía, apretado contra la pared,
sin animarme a mirar abajo, agarrado, para descansar un instante, al arco ancho y esculpido
encima de una ventana. Miré al interior: por encima del fuego, vi un hombro oscuro y una mano
moviendo el atizador; una figura que se movía completamente ignorante de que la miraban. Y
desapareció. Subimos cada vez más alto hasta que llegamos a la ventana de la misma torre.
Armand la abrió de inmediato; sus largas piernas desaparecieron por el marco y yo lo seguí y
sentí sus brazos alrededor de mis hombros.

Di un suspiro de alivio, pese a mí mismo, cuando estuve en la habitación, frotándome las
palmas de las manos, mirando aquel lugar extraño y húmedo. Abajo, los techos estaban
plateados y, aquí y allá, se elevaban las torres a través de las frondosas y enormes copas de
los árboles. A lo lejos, brillaba la rota cadena de la avenida. La habitación parecía tan húmeda
como la noche. Armand hizo fuego.
De una gran pila de muebles, eligió sillas y las hizo leña fácilmente, pese al grosor de sus
piezas. Había algo grotesco en él, acentuado por su gracia y la serenidad imperturbable de su
rostro blanco. Hizo lo que cualquier vampiro podía hacer: romper esos gruesos pedazos de
madera; sin embargo, hizo únicamente lo propio del vampiro. No parecía haber nada humano
en él; incluso sus facciones bellas y su pelo moreno se convertían en los atributos de un
ángel terrible, que sólo compartía con el resto de nosotros un parecido superficial. El abrigo
hecho a medida era un espejismo. Y aunque me sentía atraído por él, con más fuerza quizá de lo
que jamás me había sentido atraído por criatura alguna, salvo por Claudia, me fascinaba de una
manera próxima al miedo. No me sorprendió que, cuando terminó, pusiera una pesada silla de
roble a mi disposición, pero que él se retirara hacia la chimenea y allí se sentara, calentándose las
manos frente al fuego mientras las llamas le arrojaban sombras rojas a su cara.

—Puedo oír a los habitantes de la casa —le dije. El calor me sentaba muy bien. Pude sentir que
se secaba el cuero de mis botas.
—Entonces sabes que yo también puedo oírlos —me dijo en voz baja, y aunque no hubo ni
una pizca de reproche, me di cuenta de las implicaciones de mis propias palabras.
—¿Y si vienen? —insistí, estudiándolo.
—¿No te das cuenta, por mi manera de estar aquí, que no vendrán Louis? —me preguntó—.
Podemos quedarnos sentados aquí todas las noches sin hablar de ellos jamás. Quiero que sepas
que si en este momento aún hablamos de ellos es porque tú te has referido a ellos.

Y, como no contesté nada, y quizá le parecí un tanto derrotado, me dijo que hacía mucho
tiempo que habían cerrado la torre y que no habían vuelto a pisar por aquí; y, si de hecho veían el
humo en la chimenea por la ventana, ninguno de ellos se aventuraría a subir hasta el día
siguiente.
Vi entonces que había unos cuantos estantes con libros a un costado de la chimenea, y un
escritorio. Encima había unas hojas de papel dobladas, un tintero y varios lapiceros.
Pude imaginarme que la habitación sería un sitio cómodo cuando no hubiera tormenta o
después de que el fuego secara el ambiente.
—¿Ves? —dijo Armand—, realmente no tienes necesidad de las habitaciones de un hotel. En
realidad, tienes necesidad de muy poco. Pero cada uno de nosotros debe decidir lo que quiere.

La gente de esta casa me ha puesto un nombre; sus encuentros conmigo han sido causa de
conversación durante veinte años. Son instantes aislados en el tiempo que nada significan
para mí. No me pueden hacer daño y yo uso la casa para estar solo. Nadie en el Teatro de los vampiros sabe que estoy aquí. Es mi secreto.

Y si apuntamos a los detalles menores, que algunos dicen es donde el diablo habita, veremos que esta torre de Paris tiene muchas similitudes con la arquitectura de Rampling Gate; que Rampling Gate tiene mucho que ver con los lugares que Armand frecuentaba para esconderse del mundo; y que incluso su descripción física y su edad humana coinciden con la misteriosa criatura de la aldea de Rampling:

[…] puedo recordar su rostro con toda claridad. Era notablemente bien parecido, de nariz recta y delgada, de cejas bien dibujadas, con una mata de abundante cabello castaño. Sus grandes ojos negros miraron a papá con expresión de profunda tristeza; papá tiró de nosotros y nos llevó de allí a toda prisa. -Y la discusión que tuvieron esa noche papá y mamá -añadió Richard, pensativo-. Recuerdo que los escuchamos desde el rellano de la escalera, y lo asustados que estábamos. -Y papá dijo que él no se contentaba ya con ser únicamente el dueño de Rampling Gate; él había venido a Londres dispuesto a manifestarse también aquí; aquel horror indecible, así lo llamó, había sobrepasado los límites de la audacia. 

[… ]Llevaba un gran abrigo negro y una bufanda roja de lana, y podía recordar su intensa palidez en contraste con aquella mancha de color. Su cutis parecía de porcelana. Era extraño que lo recordara de modo tan vívído, incluso la ligera inclinación de la cabeza y el largo y espeso cabello castaño.

[…] Miré sus botas salpicadas de barro, la débil huella del polvo en su mejilla perfectamente blanca. -¿Un fantasma? -preguntó casi enfurruñado, casi con amargura-. Ojalá lo fuera... 

Como hipnotizada, le vi acercarse a mí y la habitación se oscureció cuando sentí en mi cara sus frías manos de seda.

No me sorprendería que los libros de la torre de Paris fueran robados de la vieja casona del tío Baxter en Rampling, a quien por supuesto asesinó: 

[…]Cinco de mayo, mil ochocientos treinta y ocho: él está aquí, lo sé con toda seguridad. Ha vuelto otra vez». Y varios días más tarde: «Cree que ésta es su casa, de verdad, y bebería mi vino y fumaría mis cigarros si pudiera. Lee mis libros y mis papeles, sin molestarse en disimular. He dado órdenes de cerrar todo con llave». Y finalmente, la última anotación, escrita la mañana del día en que murió: «Estoy cansado, cansado hasta la muerte, y él no es una causa menor en mí agotamiento. La última noche lo vi con mis propios ojos. Estaba en esta misma habitación. Se mueve y habla exactamente igual que un mortal, y se atreve a contarme sus secretos. Él es un demonio astuto y yo un simple mortal. ¡Cómo voy a luchar con él!»

Hay que decir que el vampiro Armand tuvo varios episodios confusos de apropiación de bibliotecas ajenas. Se quedaba fascinado, leyendo los libros que encontrara en ellas, muy silencioso y quieto, ensimismado hasta el punto de ser descubierto cada vez. Incluso lo hizo en una de las casas deshabitadas de Louis y Lestat en Nueva Orleáns. Un día, llegado de cazar, Lestat lo sorprendió leyendo sus papeles personales, sentado entre pilas de libros polvorientos. Igual que en Rampling Gate:

[…] En el rincón más lejano, a la izquierda, junto al escritorio, había otra figura, inclinada sobre los papeles de Richard, con las manos pálidas en reposo sobre la superficie de madera. Sabía que no podía ser cierto. Sabía que tenía que estar soñando, que ninguna de las cosas que había en la habitación, y menos que ninguna otra aquella figura, podía ser real. Porque se trataba del mismo hombre que había visto quince años antes en un vagón de tren, y ni el más mínimo detalle de la apariencia de aquel joven sombrío había cambiado. Tenía el mismo pelo espeso y lustroso, peinado descuidadamente tan sólo en la parte del cogote en que pendía sobre el cuello ancho de su chaqueta negra, y la piel era tan fina que casi resplandecía en la sombra. Los ojos oscuros se alzaron de repente y me miraron con una expresión tan curiosa que casi me hizo gritar. Nos miramos fijamente a través de la habitación oscura; yo de pie junto a la puerta, y él visible e innegablemente sobresaltado porque lo había sorprendido. Mi corazón se detuvo. En una fracción de segundo avanzó hacia mí, abolió el espacio que nos separaba y se inclinó sobre mi rostro, mientras sus dedos blancos se cerraban con suavidad sobre mis brazos.

Los secuestros dejaron huellas imborrables en la psiquis de Armand. Dos veces fue arrancado de sus padres, primero del regazo de Iván en las Estepas, después de los brazos de Marius en el Palazzo. Fue varias veces esclavizado, en prostíbulos, en la cárcel, en las catacumbas de Paris. Fue líder de los nidos, asesino implacable, torturador de sus víctimas. Tal vez su frialdad y su sadismo tengan cierta correspondencia con su vida. Lo cierto es que otro punto de coincidencia son los espacios donde se escondía:

[…] Subimos más y más hasta llegar a la cámara más alta de la torre, él abrió con una llave de hierro. Sostuvo la puerta para dejarme paso, y me encontré en una habitación espaciosa cuyas estrechas ventanas no estaban cerradas con cristales. La luz de la luna revelaba una curiosa mezcla de muebles y objetos diversos, como los que se encuentran en muchos desvanes. Había un escritorio, un gran estante con libros, sillones antiguos de piel, rollos amarillentos de viejos mapas, y pinturas enmarcadas colgadas de las paredes. Por todas partes había velas, colocadas en nichos de piedra abiertos en el muro o dispuestas sobre las mesas y los estantes. Aquí y allá, un barril servía de mesa y contrastaba con alguna silla de fina talla isabelina. La cera había goteado un poco por todas partes, y en medio de aquel desorden había abiertos ejemplares de periódicos recientes: el Mercure de París, y el Times de Londres entre otros. 
No había ningún lugar donde dormir en aquella habitación.
Y al pensar en ello, en dónde se echaría él para descansar, me asaltó un estremecimiento. Volví a sentir, vívidamente, sus labios rozando mi garganta, y sentí un súbito deseo de gritar. Pero él me tenía en sus brazos, y me besaba de nuevo.

Armand es, siempre ha sido, un vagabundo, un viento silencioso, una fuerza que fluye; su oscuridad se extiende con rapidez, como una niebla espesa y, en general, los juegos mentales son su pasión, no son situaciones menores en este vampiro. No podemos asegurar que sea el mismo vampiro que habitaba el valle de Knorwood durante la epidemia de peste. Sin embargo, nos abrimos a la posibilidad de realizar una pregunta:

          ¿No será que en el afán de escribir escribimos una, otra y otra vez el mismo libro?