Nahual


...porque la única posibilidad que tiene un individuo de convertirse en algo diferente es aniquilarse.
(Julia Kristeva)

Marosa di Giorgio avanza a tientas en la oscuridad, pero conoce el camino. Como toda gran poeta, tiene un registro claro de su entorno, capta los matices más delicados de las emociones humanas, lleva consigo la desvergüenza del escritor de oficio: frascos llenos de palabras que iluminan como luciérnagas. Su escritura es descarada, atrevida y fresca. Adopta giros, hace concesiones y se otorga licencias que la mayoría no soñaríamos. El elemento extraño es infatigable, introducido generalmente en el lugar menos esperado, escenas cotidianas de la vida familiar, días de campo, fiestas tradicionales, ceremonias religiosas, incluso la procesión de una virgen, cualquier espacio, es territorio fértil para su imaginación:

...
Domingo a la tarde, y voy por el huerto sin recordar cómo salí y llegué hasta acá. El cielo es de oro, deslumbrador, y de los naranjos caen frutas y flores.

Trepo a uno, según mi costumbre antigua. Estoy un rato. Los pájaros saltan de rama en rama.

Desciendo. Subo. Tomo una fruta.

Al bajar, ya veo un cadáver. Vestido y tendido. Y más allá, otro. Y otro. Por todos lados, aparecen. Vestidos y tendidos.

Y cada uno con el hígado destrozado o el corazón. Pero ¿quiénes son? ¿Acaso, no me percaté y hubo una rápida guerra?

En puntas de pie voy hacia la casa; desolada paso el jardín de celedonias y conejitos. Adentro no queda nadie. Voy a gritar; para qué, si nadie oye. Algunas mariposas chocan en los vidrios.

Sobre la mesa hay un álbum que no conocía; al entremirarlo, veo dibujada la batalla, los cadáveres y las plantas. En blanco y negro. Y en colores. La noche cae de súbito; las luces se encienden solas.

Y aparecen más cadáveres entre las plantas.
...

La crítica nos apunta algunos detalles jugosos: que Marosa escribió toda su obra en manuscrita, que corregía muy poco los originales; en cuanto al tiempo interno del relato, del poema, hay ciclos que parecen repetirse, así la otra vez sustituye al “Había una vez “ de los cuentos folclóricos tradicionales, y esto hace que no encontremos señales de anclaje referencial externo, ni histórico ni de actualidad. Por esto es que aparece un detalle clave en su escritura: los hechos parecen suceder al tiempo en que se nombran, otorgándoles así una semejanza con lo que sucede en el interior de los códices cosmogónicos, esto genera el efecto de una temporalidad propia del mito. 
Con respecto a su proceso creativo, ella misma ha dicho: 

Yo construyo y reconstruyo gente de otras épocas. Las recreo y al mismo tiempo las sigo, las espío. Es para contribuir a su resurrección. Vivo y trabajo en todas las épocas. Modestamente.

Es cierto que sus textos carecen de humor. En ese discurrir onírico que los caracteriza, hay más de pesadilla gótica que de sueño idílico. Excéntrica, rara, audaz o moderna, desde su escritura Marosa di Giorgio puede parecer muchas cosas; la fusión constante, la deriva, la inclasificabilidad de su literatura es incontestable, pero nos dejó -ante todo- la dignidad de poder leerla.

*

No sé de dónde lo había sacado mi padre -él no salía nunca- tal vez, desde el linde mismo del campo; allí estaba, el nuevo cuidador de las papas. Le miré la cara color tierra, llena de brotes,
de pimpollos, la casaca color tierra, las manos extrañamente blancas y húmedas, que tentaban a cortarlas en rodajas y a freírlas. Pero el abuelo no dijo nada, y mi madre tampoco. Sólo los perros adivinos empezaron a dar saltos y a gruñir y hubo que echarlos al jardín y ponerles cerrojo. Él se marchó, escopeta al hombro, hacia el gran cantero; allí quedaría bajo la luna, apuntando a los posibles ladrones, a las zorras que bajaran del bosque, y, sobre todo, a las liebrecitas roedoras. 

Pero cuando cayó del todo la sombra, mi raro corazón caminaba a saltos, manejando una sangre ya confusa; fui a ver a mi madre; ella estaba apoyada en la ventana, su recto perfil mirando hacia las sombras, no me atrevía a decirle nada. Volví a mi alcoba, cerré las puertas; los astros, con su plumaje de colores empezaron a volar de este a oeste, de un mundo a otro; me levanté, crucé el jardín, los perros gruñeron, no tenía miedo, había tal resplandor, además, conocía todos los escondites, los subterfugios, hubiera podido desaparecer bajo la tierra. Lo terrible fue que él me estuvo apuntando desde el principio. Cuando mordí la primera ramita, disparó, caí, me dio por muerta. Durante toda la noche, aunque soñé cosas increíbles, mis ojos permanecieron abiertos y mis largas orejas se mantenían atentas; sólo mis cuatro patitas se entrechocaban temblando. Al alba él me tomó, me alzó, la sangre rodó por mis flancos. Caminaba hacia la casa; allá se oía un rumor confuso, alguien  estaría levantado, ya en la cocina; tal vez, los abuelos. El entró -mis ojos se nublaron terriblemente- me arrojó allí; dijo: 

—Noche tranquila. Una sola liebre.

Marosa di Giorgio. De Historial de las violetas.

Humanos, demasiado humanos

Charles Simic


Avanzas carnalmente como la luz, triunfando 
a través del veneno con que hicimos el mundo.

(Joaquín Giannuzzi)

Algunas veces cedemos a la tentación de preguntarnos -al menos yo lo hago- cómo es posible que escritores, pensadores, filósofos de la talla de Martin Heidegger, Emil Cioran, o Jorge Luis Borges pudieron haber sido capaces de suscribir al horror de la guerra, de la violencia o del nazismo. He visto a las mentes más brillantes de mi generación negarse a leer autores que tuvieran algún rasgo de tanto peso negativo en su pasado. 

Vaya a saber uno por qué, todavía hoy, sacralizamos la escritura y a sus ejecutores a tal punto que los pensamos, los tratamos como si fueran dioses. Julia Kristeva escribió que para producir un texto hay que cuestionarse entero: la manera de sentir, la sexualidad, el lenguaje. Y desde este punto de vista escribir se trata de una experiencia pura, pero no en el sentido de un científico que hace un experimento con algunos ratones para obtener un resultado, sino como cuestionamiento de lo antiguo y posterior surgimiento de lo nuevo. Se parece más a la experiencia mística, si se quiere. 

Escribir es darse cuenta, es una experiencia personal, única e intransferible que va a contracorriente del mercado y de la comunicación. En un momento determinado se va a comunicar, pero primero debe transitarse ese renacimiento para luego poder construir, con técnica, algo comercializable. 

Para Kristeva, que haya dos períodos en ese proceso no significa que sean consecutivos (algo así como primero cambio, luego escribo) porque pasan al mismo tiempo, esos dos momentos son uno solo y suceden de un modo simultáneo. La técnica es inseparable de esa transformación íntima, personal y de ningún modo nos salvaremos de nuestra propia humanidad, aunque algunas historias tengan verdaderos finales felices.

En abril de 1941 la ciudad de Belgrado fue bombardeada por el ejército alemán, ni siquiera el campo era entonces un lugar seguro. En 1944 se produce un nuevo bombardeo, esta vez en manos de los aliados. Así, las ruinas de la ciudad envuelta en polvo se convirtieron en un lugar de juegos para los niños. 

El poeta serbio Charles Simic escribió en sus memorias que un día, durante un encuentro de escritores en San Francisco, coincidió con el poeta Richard Hugo y fueron juntos a cenar. Simic había pasado el último verano de vacaciones en Belgrado, y le contó de su placentera estadía. Hugo comentó que recordaba y que conocía muy bien esa ciudad, procedió después a dibujarle un mapa sobre el mantel, con los puntos de referencia más importantes. 

Simic quiso saber cómo era que conocía tan bien Belgrado, si había vivido allí o si había estado alguna vez como turista. Hugo respondió que conocía tanto la ciudad porque, de hecho, la había bombardeado varias veces. Hugo ignoraba, por supuesto, que Simic había nacido en Belgrado en 1938 y que había vivido allí, en consecuencia, durante toda la guerra. Cuando se enteró de esta coincidencia por boca del propio Simic, quedó muy afectado. De hecho, estaba profundamente conmovido. Tanta fue la emoción de Hugo, que durante toda la cena no dejó de disculparse y dar explicaciones al respecto, como si hablar de eso, como si el hecho de poner sobre la mesa los detalles de esa terrible mueca del destino, pudiera calmarlo.

Un tiempo después del encuentro, Hugo le escribió a Simic un poema, que envió en una carta, en la que trataba de poner en claro sus emociones y de reconciliarse con el joven que había sido, el que había ido a la guerra con apenas dieciocho años, y había privado de sus hogares a miles de personas. 

El poema vio la luz en su libro de 1977, 31 cartas y 13 sueños, y Simic lo recogió unos años más tarde en sus memorias, como conclusión, pero también como un registro histórico personal de aquel singular encuentro. 

Carta a Simic desde Boulder

Querido Charles,
así que nos encontramos en San Francisco y me enteré
de que te había bombardeado hace mucho tiempo en Belgrado, cuando tenías cinco años.
Lo recuerdo. Nuestro objetivo era un puente sobre el Danubio,
queríamos dividir al ejército alemán en su huida hacia el norte
desde Grecia. Fallamos. Algo normal, teniendo en cuenta que yo
piloteaba uno de los bombarderos. Era negado con la mira Norden, era incapaz
de lanzar una bomba y cantar a la vez el himno nacional. Recuerdo que cuando llegamos Belgrado la ciudad se abrió a nosotros como una rosa. Apenas había fuego antiaéreo. No sabía que
ahorcaban gente a diario, que los alemanes habían colgado
a 80 000 eslavos en aquella ciudad para dar una lección a los demás.
Cuando el avión se liberó de su carga de bombas y volvimos a casa
mi interés primordial era seguir vivo.
¿Qué lengua hablabas entonces? Serbio, supongo. ¿Y qué pensabas
del terrible aullido de las bombas? ¿Cómo se dice “miedo” en serbio?
Seguro que igual que en inglés, un lamento largo y primitivo
de niños agonizantes, un niño fijado para siempre en la mirada muerta.
No voy a disculparme por la guerra ni por lo que fui. Estaba
voluntariamente confundido por aquella época. Puede que hasta creyera
en los actos heroicos (en los de los demás, no en los míos). Creía que era necesario
el sufrimiento en el mundo para que las cosas no se volvieran
a repetir. Pero era joven. EL mundo nunca aprende. La historia
se encarga de transformar el pasado en algo aceptable, los muertos
en sueños. Querido Charles, me alegro de que escaparas de las bombas, de que ahora vivas
con nosotros y escribas poemas. Sin embargo, debo confesarte que
me sentí muy mal cuando nos vimos en San Francisco. Era incapaz de quitarme
de la cabeza
que estabas en tierra aquel día, mientras el cielo tomaba
un inquietante color mostaza y el estruendo de los motores
despejaba el camino. Y en momentos como ése el mundo se limpia
para los supervivientes. El mundo queda limpio como las nubes
de verano, blancas e hinchadas, de las que surgen delicados pájaros
que se vuelven a ocultar, y nuestras vidas tienen la posibilidad de vagar lentamente
alrededor del mundo, con las panzas de los aviones vacías, el objetivo perdido,
el enemigo ignorado . Me alegro mucho de haberme encontrado contigo ahora
que todo ese odio sin sentido desapareció. La próxima vez, si quieres
sobrevivir, siéntate en el puente que voy a atacar y salúdame.
Llegaré bien, pero estaré nervioso y se me moverá el punto de mira.
Estés donde estés, estarás seguro. Te apuntaré,
pero llevo caramelos en lugar de bombas y he perdido al resto del escuadrón.
Tu amigo,

Dick.

Richard Hugo (1923 - 1982) 


Letter to Simic from Boulder

Dear Charles: 
And so we meet once in San Francisco and I learn
I bombed you long ago in Belgrade when you were five.
I remember. We were after a bridge on the Danube
hoping to cut the German armies off as they fled north
from Greece. We missed. Not unusual, considering I
was one of the bombardiers. I couldn't hit my ass if
I sat on the Norden or rode a bomb down singing
The Star Spangled Banner. I remember Belgrade opened
like a rose when we came in. Not much flak. I didn't know
about the daily hangings, the 80,000 Slavs who dangled
from German ropes in the city, lessons to the rest.
I was interested mainly in staying alive, that moment
the plane jumped free from the weight of bombs and we went home.
What did you speak then? Serb, I suppose. And what did your mind
do with the terrible howl of bombs? What is Serb for "fear"?
It must be the same as in English, one long primitive wail
of dying children, one child fixed forever in dead stare.
I don't apologize for the war, or what I was. I was
willingly confused by the times. I think I even believed
in heroics (for others, not for me). I believed the necessity
of that suffering world, hoping it would learn not to do
it again. But I was young. The world never learns. History
has a way of making the past palatable, the dead
a dream. Dear Charles, I'm glad you avoided the bombs, that you
live with us now and write poems. I must tell you though,
I felt funny that day in San Francisco. I kept saying
to myself, he was on the ground that day, the sky
eerie mustard and our engines roaring everything
out of the way. And the world comes clean in moments
like that for survivors. The world comes clean as clouds
in summer, the pure puffed white, soft birds careening
in and out, our lives with a chance to drift on slow
over the world, our bomb bays empty, the target forgotten,
the enemy ignored. Nice to meet you finally after
all the mindless hate. Next time, if you want to be sure
you survive, sit on the bridge I'm trying to hit and wave.
I'm coming in on course but nervous and my cross hairs flutter.
Wherever you are on earth, you are safe. I'm aiming but
my bombs are candy and I've lost the lead plane. 
Your friend, 

Dick.

Richard Hugo (1923 - 1982) 



Pero, además de esta anécdota, Charles Simic también nos contó una impostergable mirada femenina acerca de la guerra, la mirada de su madre:

La última vez que hablé con mi madre, en el invierno de 1994, el día anterior a su muerte, a la edad de ochenta y nueve años, me preguntó lo siguiente: ¿aún siguen matándose unos a otros aquellos idiotas? Le dije que sí. Ella dio un suspiro y dejó los ojos en blanco con un gesto de desesperación. Hacía tiempo que ya no veía televisión ni leía los periódicos, pero se hacía una idea bastante cabal del tipo de guerra sucia que se estaba llevando a cabo en Yugoslavia. Cada vez que iba a verla a la residencia de ancianos me hacía la misma pregunta y yo le respondía con las mismas palabras. 

A pesar de haber recibido una buena educación y de haber viajado mucho, mi madre, no entendía el mundo. Las guerras, incluso aquellas que se decía se libraban por causas justas, no tenían para ella ningún sentido. ¿Y qué pasa con los nazis? le preguntábamos mi hermano y yo. ¿No crees que mereció la pena hacerles la guerra a estos mal nacidos? Se encogía de hombros y con un gesto de la mano nos pedía que la dejáramos sola. Según ella, no existían los héroes: unos idiotas matando a otros idiotas era odio y era eso lo que ella veía.

Charles Simic.

Lobo ¿está?


Lo auténtico es lo que sobrevive 
(Selva Casal)

Charles Baudelaire apoyó con cierto fervor la idea de que la vida cotidiana de un artista debería transformarse siempre en un hecho intransmisible. Así, él hizo de su vida una obra de arte. Marosa di Giorgio también:
...
Cuando miro hacia el pasado, sólo veo cosas desconcertantes: azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la escuela misteriosa a la que concurrí durante cuatro años, asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones incestuosas. Aquella Vieja altísima, que pasó una noche por los naranjales, con su gran batón y su rodete. Las mariposas que, por seguirla, nos abandonaron.
...

Los artistas plásticos aseguran que todo su imaginario corresponde, más bien, al mundo de la plástica. En su escritura, Marosa nos habla siempre de una naturaleza viva, perturbadora y violenta. La inmensa fuente de la cual bebe su poesía es onírica. Lo onírico, en una agitación fantástica:

... Pero, desde hacía un largo tiempo, yo rogaba a mi madre que me dejase dormir en su alcoba, porque un rumor, una extraña ala, una vida
       que vivía apasionadamente por un instante y se callaba después, 
me tenía fuera de mí.
...

En Marosa ebullen la naturaleza y la sexualidad; con una presencia misteriosa, con un esplendor mágico, pero están ahí. Elementos infantiles, escenas domésticas rurales y figuras fantásticas se cruzan, se mezclan, esbozando un paisaje familiar, a la vez siniestro, donde no todo está dicho. Una suerte de inocencia cruel, si se permite. 

Los límites de lo humano se disuelven, volviéndose indistinguibles. En medio de todo, como el hilo conductor, existe el elemento sonoro, que participa de modo excepcional en esta fluidez de signos. Un lenguaje bárbaro, extranjero, el lenguaje hablado por la naturaleza misma:

Un pájaro amarillo, deforme, con un enorme pico, da un silbido. Ella, alegremente, responde con otro.

O:
    Los ojos le brillaban demasiado, hablaba un raro idioma del que,
                     sin embargo, entendíamos; palabras como hojas de tártago trozadas
              por el viento, hongos saliendo de la tierra; mi nombre sonaba 
en sus labios de una manera alarmante.

Lo humano, lo animal, lo vegetal y lo sagrado se fusionan:

Oigo los teros de la infancia, allá sobre el maizal que mi padre inventó, que él hizo, mata por mata, que regó y adoró.
                               Estoy, de pie, al lado de la casa. Pasan máscaras, la de los teros, la del maíz, la de Dios, esta es la más rara, la más fina.
                               Y baila, allá, sobre las colinas, 
                                                                 aquello atroz. 

Las formas se encuentran en permanente tránsito, en ella nada está completamente definido:

Yo tomé una astilla y saqué una mariposa colorada. La puse sobre el hombre. Saqué una mariposa verde y la posé sobre el hombre. Y luego, otra mariposa colorada. Las mariposas revolotearon y proliferaron. Él dio un grito largo, aullado, negro. Un grito como un ciprés. Pero la boca se le llenó de mariposas. Y el grito se le llenó de mariposas. Y hasta el alma se le llenó de mariposas.

Marosa di Giorgio nos recuerda que la animalidad, el instinto, subyacen en nosotros, que han sobrevivido; están bajo una piel domesticada, cubiertos parcialmente por un manto finísimo, donde se mezclan la moral, el psicoanálisis y los modales. Estas mismas criaturas que todavía somos aparecen en varios de sus libros, bajo distintas formas, siempre con atributos que nos remiten a la naturaleza. Como el Lobo, sólo por dar un ejemplo.


*
Cuando nació, apareció el lobo. Era un domingo al mediodía, –a las once y media, luz brillante–, y la madre vio a través del vidrio, el hocico picudo, y en la pelambre, las espinas de escarcha, y clamoreó; mas, le dieron una pócima que la adormecía alegremente.

El lobo asistió al bautismo y a la comunión; el bautismo, con faldones; la comunión, vestido rosa. El lobo no se veía; sólo asomaban sus orejas puntiagudas entre las cosas. 


La persiguió a la escuela, oculto por rosales y repollos; la espiaba en las fiestas de exámenes, cuando ella tembló un poco. 


Divisó al primer novio, y al segundo, y al tercero, que sólo la miraron tras la reja. Ella con el organdí ilusorio, que usaban entonces, las niñas de jardines. Y perlas, en la cabeza, en el escote, en el ruedo, perlas pesadas y esplendorosas (era lo único que sostenía el vestido). Al moverse perdía alguna de esas perlas. Pero los novios desaparecieron sin que nadie supiese por qué.


Las amigas se casaban; unas tras otras; fue a las grandes fiestas; asistió al nacimiento de los niños de cada una.


Y los años pasaron y volaron, y ella en su extrañeza. Un día se volvió y dijo a alguien: es el lobo...


Aunque en verdad ella nunca había visto un lobo.


Hasta que llegó una noche extraordinaria, por las camelias y las estrellas. Llegó una noche extraordinaria.


Detrás de la reja apareció el lobo; apareció como novio, como un hombre habló en voz baja y convincente. Le dijo: ven. Ella obedeció; se le cayó una perla. Salió. Él dijo: –acá


Pero atravesaron camelias y rosales, todo negro por la oscuridad, hasta un hueco que parecía cavado especialmente. Ella se arrodilló; él se arrodilló. Estiró su grande lengua y la lamió. Le dijo: ¿Cómo quieres?


Ella no respondía. Era una reina. Sólo la sonrisa leve que había visto a las amigas en las bodas.


Él le sacó una mano, y la otra mano; un pie, el otro pie; la contempló un instante así. Luego le sacó la cabeza; los ojos, (y puso uno a cada lado); le sacó las costillas y todo.


Pero, por sobre todo, devoró la sangre, con rapidez, maestría y gran virilidad. 


Marosa Di Giorgio (1932 - 2004)