closer than they appear

Marius de Romanus. Imagen creada con IA copilot


Alerta spoilers 

Después de algunas reflexiones, Marius nos revela en su propia Crónica (Blood and gold) que la suerte de Amadeo estaba echada mucho antes de que el inglés pelirrojo de los bríos amorosos lo agrediera con la espada. 

Aquí Marius se refiere a la noche de la visita de su creador, el croto de Mael, que le cayó sucio y harapiento (as usual) en el Palazzo veneciano para pedirle ropa, y le deslizó que esa ubicación precisa se la había informado Santino. Hablamos del orgulloso hijo de Satanás, el líder del aquelarre de Roma, el secuestrador de Amadeo.

Marius quiso saber por qué Mael no lo había carbonizado de una llamarada. Mael se quedó sin respuestas. Tampoco Marius se explicaba por qué no lo había matado él mismo, si era obvio por necesario arrancar de raíz las ideas siniestras que Santino tenía sobre la inmortalidad. 

Las señales aparecían por todas partes. Anne Rice las dejó sembradas. Pero esa noche en el Palazzo, Marius también se detuvo a reflexionar sobre la actitud de Amadeo con respecto a Mael. Las miradas, la expresión de curiosidad, la certeza en los ojos castaños lo pusieron en alerta de su perspicacia. 

No bien verlo, Amadeo supo lo que era Mael. 

Amadeo veía más allá. Durante todo su tiempo humano con Marius tuvo un saber que trascendía las palabras. Amadeo quería ser un vampiro, ser lo que era Marius, vivir como él vivía, acompañarlo. Ni siquiera discutía el precio, no le importaba. Era Marius el que no estaba convencido del cambio y, perdido en Amadeo como andaba, minimizó el asunto de Santino. En varias ocasiones. 

Mael, el sacerdote druida, su creador, sabía en qué se convertiría Amadeo cuando lo vio cerca de Marius en la casa. Marius intentó evitar que se vieran, pero no lo logró. Mael identificó al elegido entre los otros, porque ya había vestigios de la sangre poderosa del Maestro en la sangre humana del chico.

Puede ser que el paso de Mael por la casa de Marius haya sido una advertencia con respecto al futuro. Advertencia que Marius, a los efectos de la trama, ignoró. La relación entre Marius y Mael fue planteada como ambigua desde sus inicios. Marius confiaba en él y fue traicionado. Transmitió esa misma ambigüedad a la relación con su vampiro, Amadeo. 

Hay heridas que pueden quedar abiertas durante siglos. Y las heridas de Amadeo no siempre tienen que ver con su secuestro o su cautiverio, ni siquiera con la muerte de Riccardo. Suelen remitir, estar más bien vinculadas, a su relación con Marius: 

They said a child had died in the attic. Her clothes had been discovered in the wall. I wanted to go up there, and to lie down near the wall, and be alone.

They'd seen her ghost now and then, the child. But none of these vampires could see spirits, really, at least not the way that I could see them. No matter. It wasn't the company of the child I wanted. It was to be in that place.

Por otra parte existe su eterna rivalidad con Lestat. Sin embargo, en algún momento esa rivalidad los acercó. Tanto, que antes de dejarlo solo en el convento necesitará justificarse, contarse a sí mismo los motivos de su abandono:

Nothing more could be gained from lingering near Lestat. I'd come. I'd fulfilled my purpose. I couldn't help him.

The sight of his sharply focused and unchanging eyes unnerved me, and I was quiet inside and full of love for those nearest me — my human children, my dark-haired little Benji and my tender willowy Sybelle — but I was not strong enough just yet to take them away.

I left the chapel.

I didn't even take note of who was there. The whole convent was now the dwelling place of vampires. It was not an unruly place, or a neglected place, but I didn't notice who remained in the chapel when I left.

Lestat lay as he had all along, on the marble floor of the chapel in front of the huge crucifix, on his side, his hands slack, the left hand just below the right hand, its fingers touching the marble lightly, as if with a purpose, when there was no purpose at all. The fingers of his right hand curled, making a little hollow in the palm where the light fell, and that too seemed to have a meaning, but there was no meaning.

This was simply the preternatural body lying there without will or animation, no more purposeful than the face, its expression almost defiantly intelligent, given that months had passed in which Lestat had not moved.

The high stained-glass windows were dutifully draped for him before sunrise. At night, they shone with all the wondrous candles scattered about the fine statues and relics which filled this once sanctified and holy place. Little mortal children had heard Mass under this high coved roof; a priest had sung out the Latin words from an altar.

It was ours now. It belonged to him — Lestat, the man who lay motionless on the marble floor.

Man. Vampire. Immortal. Child of Darkness. Any and all are excellent words for him.

Looking over my shoulder at him, I never felt so much like a child.

That's what I am. I fill out the definition, as if it were encoded in me perfectly, and there had never been any other genetic design.

Como si el tiempo y la vida no hubieran pasado, lo que produce cierta fascinación en el texto de Armand es la facilidad con que vuelve a ser un niño, la ductilidad con la que aparece otra vez Amadeo, en el momento exacto en que tiene contacto con su creador, quinientos años después de su transformación:

[...] There is no telepathic link between us naturally -Marius made me, I am forever his fledgling- but as soon as this occurred to me, I realized without the aid of this telepathic link that I could not feel the presence of Marius in the building. I didn't know what had happened in that brief interval when I knelt down to look at Lestat. I didn't know where Marius was. I couldn't catch the familiar human scents of Benji or Sybelle. A little stab of panic paralyzed me. [...]

— I'm here, young one. 

The voice was abrupt, soft, welcome.

My Maker stood on the landing just below me, having come up the steps behind me, or more truly, with his powers, having placed himself there, covering the preceding distance with silent and invisible speed.

—Master — I said with a little trace of a smile. —I was afraid for them for a moment. — It was an apology. —This place makes me sad.—

He nodded. —I have them, Armand —he said. —The city seethes with mortals. There's food enough for all the vagabonds wandering here. No one will hurt them. Even if I weren't here to say so, no one would dare.—

Sin embargo, después de este reencuentro, Marius tuvo la brillante idea de convertir a Sybelle y a Benji, los adorables huérfanos hijos adoptivos de Armand, en vampiros. Nunca supimos porqué, y sus excusas parecieron por demás pueriles. 

Marius de Romanus es un personaje muy importante en las Crónicas Vampíricas de Anne Rice. La expectativa debe ser grande, más que la esperanza de sus lectores, y el personaje debe ser de difícil representación, porque los que lo intentaron la cagaron feo. 

El resultado ha sido una cáscara vacía, una caricatura forzada de Marius.

Quizás haya que esperar a que aparezca el actor correcto, la performance justa. Como apareció Lestat. Lestat y sus caprichos, Lestat y su impericia. Lestat y sus infinitas capas de personalidad. Lestat y su forma de gambetear el amor a través de la violencia. 

Vaya manera de transformarse en monstruos, comenzando con una gran atracción, que tarde o temprano se convierte en sadismo. Monstruos que no dañan porque están hechos de tinta y papel. Monstruos que aman, pero que deberían quedarse en la ficción. 

Monstruos llorones, que quieren ser aceptados, comprendidos, venerados como dioses; que no intentan asustar a nadie, sino más bien enamorar a todos. 

De esa misma sustancia estamos hechos.

Que el tiempo nos convierta en piedra


Antes de que anochezca, dicen las brujas, 
van a interceptar a Macbeth en el páramo. 

Virginia Cosin. Partida de nacimiento.

Alerta: spoilers

Convengamos que para ser un vampiro hay que saber arder, hay que poder arrojarse a las sombras, habilitar el exilio. Tal vez sea posible un destierro mechado con breves períodos de integración en la vida humana, de otro modo no hay anclaje posible, sino desconexión completa. 

Resucitar es siempre una opción, a menos que haya destrucción celular, como podría ser convertirse en cenizas; aunque los grandes mitos de origen aseguran que si las cenizas no son esparcidas por el viento y el vampiro es lo suficientemente fuerte...En fin, volverá.

Idem si se les corta la cabeza. Por eso en la serie de AMC, Louis patea la cabeza viva de Santiago bien lejos del cuerpo. No, si estos pibes pensaron en todo. 

Andar a tientas, olvidarse el camino, no poder volver también es posible. De hecho, inmortales como Niki de L´enfent, el novio de Lestat, y Daniel Molloy, el novio de Armand, son ejemplos de este comportamiento. Errático, de mal augurio, peligroso.

Hubo una euforia aguda en ambos, sin freno, que condujo a gritar algunas verdades sobre la inmortalidad en las naricitas de sus creadores, Lestat y Armand respectivamente, y después destrucción psíquica. Nicki no sobrevivió, Daniel sobrevivió en el peor sentido que puede dársele al término: adicto y desquiciado. 

La serie de AMC decidió rescatarlo de esa miseria, y darle un nuevo comienzo. Es un viejito piola.

Pero en las Crónicas ninguno de los dos encontró el camino de vuelta, boyaron en la insanía. Se alienaron. Tal vez por incapacidad, tal vez por culpa de sus creadores. 

Mudar de piel como un reptil y olvidar la vida anterior también es válido, pero se necesita recuperación, tiene un precio. El precio es ser un paria dentro de los parias. Podemos pensar en Gabrielle de Lioncourt y en Pandora. Dos hembras de la especie completamente desapegadas de sus entornos ni bien posar un pie en la inmortalidad. 

De hecho, Pandora cuando mortal fue Lidia. Pandora es un nom de guerre, podemos pensarlo como su nombre de resurrección. Y en cuanto a Gabrielle, bueno, recibió más de una vez los reclamos de amor de su hijo Lestat pidiéndole que se integrara a la comunidad chupasangre. Ella prefería enterrarse en la sabana africana antes que pasar una sola noche en la Isla eléctrica de Armand en Miami rodeada de gente.

Otro modo de existir es que la eternidad haga su magia y llegue el fuego definitivo. La eternidad en algún momento se vuelve insoportable, es un mensaje de fácil lectura dentro de la saga. Y la serie de AMC permite que Armand se explaye en esta cuestión. 

Lo hace mediante un interrogatorio a una futura conversa que se siente muy segura acerca de cómo manejará de taquito su eternidad. Breve, por cierto. Hecho que para nada sorprende a La Reina de las Hadas. No es por una habilidad de predecir el futuro, sino porque lo ha visto todo. 

Ciertos vampiros tienen, como algunos humanos,  una verdadera capacidad de adaptación, puede ser con esfuerzo, pero saltan las épocas o las absorben como si fueran verdaderos viajeros del tiempo. Otros perecen, y siempre sus mentes antes que sus cuerpos:

[...] Puedo mostrarles los templos de Roma, los grandes palacios, mansiones que comparadas con esta villa la hacen una humilde choza. Puedo enseñarles a deslizarse por las sombras para evitar ser vistos por los mortales, a trepar por los muros rápida, sigilosamente, a desplazarse en la noche, sobre los tejados de la ciudad sin tocar jamás el suelo [...]

Avicus estaba asombrado. Miró a Mael.

Mael estaba hundido en el sillón, miraba a Marius. No dijo nada.


Armand tenía por costumbre descuartizar a sus víctimas humanas, por ejemplo. A veces les arrancaba el corazón, el cuero cabelludo, o mechones de pelo; después usaba los pedazos para pintar las paredes y el techo, pero antes de irse limpiaba todo rastro de su existencia atípica. Puede ser su manera de sobrellevar la eternidad.

Quién puede soportar el hecho de que solo caminar hasta el  Musée du Louvre alcance para verse retratado en una pintura de hace quinientos años. Sabemos que Armand no mataba por azar. Cazar era para él un hecho estético, como pintar un cuadro. También cultivaba magnolias en esquejes.

Lestat se enterraba durante largos períodos de tiempo. Gabrielle, Pandora y Bianca Solderini también lo hacían, sobre todo por aburrimiento, o cuando necesitaban desconexión. A veces Lestat permanecía en catatonía, expuesto, más duro que la realidad, con las manos en garra y los ojos abiertos, lo que era bastante fastidioso, porque exigía de los otros cierta vigilia. 

Entendemos que era una acción voluntaria al principio, incierta después, que lo llevaba de algún modo lejos de su cuerpo. No se revela qué estímulos podían despertarlo del letargo, o si el despertar era voluntario.

Sabemos que permaneció quieto en el altar de una iglesia durante muchos meses, que Armand sentía la necesidad incómoda de arrimársele para verificar que todo estuviera bien. Se acercaba para sacar a escobazos a los vampiros curiosos, para evitar que bebieran de él o le hicieran algún tipo de daño, para sacudirle el polvo del pelo y de la ropa.

Como si fuera poco odiarlo, también tenía que cuidarlo.

A menudo intentaba entrar en su mente. Aunque fuera en vano, con su buen ojo de pintor del cinquecento, Armand detectaba los pequeños cambios diarios en el cuerpo de Lestat gracias a la incidencia de la luz. 

Sabemos que la bella durmiente se despertó despeinado y conmovido cuando descubrió que Louis se expuso al sol de la mañana en el patio de su casa, y que, aunque entumecido y rengo, corrió a buscarlo para darle su sangre curativa. Dramática. 

Pero si no ocurriera esto de la destrucción completa; si atravesaran los años, los decenios y los milenios, Anne Rice nos anticipa que sus vampiros indefectiblemente se convertirán en piedra. 

Sus tejidos humanos perderán la permeabilidad natural con razonable lentitud, se cerrarán los poros de la piel cada día un poco más, sus corazones dejarán de danzar para volverse bradicardicos. La necesidad de alimentarse dejará de serlo para convertirse en una insinuación apenas. El sol ya no será una amenaza nunca más. 

Pero sus mentes van a contradecir. Ah sus mentes! Seguirán siendo tan inquietas, atentas y definitivas como en la más tierna juventud vampírica. Avidez de sangre a flor de piel, animales ágiles en cuerpos de piedra. Aunque, claro está, ya sin capacidad de asombro.