Guilty not guilty



                                                                                                      ph Anton Belovodchenko



La mujer no estaba incluida en el plan original. La mujer lo invade. Rompe el papel afiche de la creación y se mete en el esquema de Dios. Disfrazada de necesidad, aparece cuando ya creado el hombre, empiezan los caprichos. Y Tata se decide a concederle compañía.

Por los siglos de los siglos la culpa por la ruptura de ese orden supremo recae sobre Eva y sobre todas sus hijas. Injustamente. Tenía que decirse y se dijo. Con el tiempo Eva se convirtió en la madre de la culpa. Sin embargo, la mujer es libre y es quien trae la palabra, y con ella el amor, al mundo.


Eva revisited

¿Cómo pudo recaer sobre mí semejante infamia,
propagada automáticamente de boca en boca,
generación tras generación? Yo madre de la culpa,
yo responsable de la Caída, yo arrastrando
a la humanidad hacia la condenación y la muerte.
Hasta proclamaron que el primer Mesías era insuficiente,
que hacía falta otro para borrar mis rastros.
¿Pero alguien se preguntó por qué, si el hombre necesitaba compañía,
no crearon otro hombre, por qué no hicieron hablar
a una planta o un mono? No, me creó a mí,
lo que implica el designio de involucrarme
en la trama siniestra: la culpa de las culpas.
A mí, que no estaba en el proyecto original,
y por eso mismo exenta de toda coerción.
Huesos de mis huesos, sí, carne de tu carne, sí,
pero el alma absolutamente mía.
Eso me sedujo: la libertad, y al oír el suave
susurro sabio —la instigación— corrí en tu ayuda,
al fin y al cabo para eso había sido creada.
¿No fui también yo la primera en hablar?
Porque no puede decirse que haya hablado
Dios en el acto de crear, ni tú al nombrar
los animales del campo y las aves del cielo,
ni tampoco el silabeo de la serpiente.
Yo hablé, yo traje al mundo la palabra
para ti, para mí, porque hablar es desear.
Sin mí hubieras sido lo mismo que un árbol
o una piedra: simplemente naturaleza. Por eso
te di a probar el fruto —toda yo fui fruto en tu boca—
y la mordedura que rasgó mis entrañas
nos hizo conocer lo que se nos quería escamotear.
Y qué alegría al descubrir nuestra desnudez,
reconocerse el uno en el otro, el rasgo de pudor
que nos separó para siempre de la bestia.
Habíamos roto el orden prescrito,
la materia se había expandido hacia adentro
hasta negarse a sí misma y liberar una fuerza
tan poderosa que dio sentido a lo creado.
Pero ven otra vez como en la noche aciaga,
vuelve a tomarme por primera vez,
hiende, cava, arranca de cuajo todo
todo nada muerte vida más ahora sí.

Horacio Castillo (1934-2010)


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