Dueña de una tristeza infinita.






Acercarse a Pizarnik es siempre un desafío. En sus palabras no parece mediar el autoengaño. Pizarnik no se engaña: es dura y directa con ella misma. En su diario personal, el editado por Ana Becciu en 2003, nos da una clave de aproximación, que aparece con timidez como la punta de un hilo apenas visto, pero que se reconoce parte de una madeja de proporciones infernales; así nos da la entrada a todo el universo contenido en su ser.  Un atisbo, apenas, de la profundidad de sus pensamientos. Tan lejano al pensamiento social contaminado; ese que predica la felicidad, la satisfacción por cualquier medio, como modo de vida. Son los intelectos más planos, los más opacos -sin duda los de los autómatas sociales- los que creen poder dominar con su poder burgués y mediocre la luz más brillante de todas: el alma humana.

Pizarnik escribe en su diario: 

“Me compré un espejo muy grande. Me contemplé y descubrí que el rostro que yo debería tener está detrás -aprisionado- del que tengo. Todos mis esfuerzos han de tender a salvar el auténtico rostro. Para ello es menester una vasta tarea física y espiritual”.

[…]

“Si yo despertara, haría lo que hubiera hecho de no haberme vendido al demonio del ensueño. Casarme con un comerciante judío, vivir en algún suburbio depresivo y trivial, tener un buen aparato de televisión y dos hijos. Soñaría con tener un auto y me preocuparía tan solo por el funcionamiento digestivo de mis niños. Mis diversiones serían el cine y las fiestas de casamiento.”

[…]

“A veces me pregunto si mi enorme sufrimiento no es una defensa contra el hastío. Cuando sufro no me aburro para nada, vivo intensamente y mi vida se vuelve interesante y llena de peripecias. En verdad, sólo vivo cuando sufro. Es mi manera. Pero algo en mí no quiere sufrir. Algo en mí quisiera observar y callar. Analizar y tomar nota.¨

[…]

“Y mi problema esencial es con la gente. Si me sonríen soy feliz. Si me miran con hostilidad sufro como un personaje de la tragedia griega. Pero también hay una en mí, a veces, a la que le importa absolutamente nada de los otros.” 

Nadie que se mire así, directamente a los ojos, en este espejo que es la escritura, puede vivir feliz. 

“Me dolía la memoria, me dolían los ojos, me dolía el espejo en el que me miré.
Habían hecho harapos mi amor y mi cordura.
Creía en su rostro y creía en la inocencia detrás de mi  mirada. 
Me presenté: te doy, te soy.”

Pizarnik lo dijo todo, siempre que pudo.

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