Cosas vivas


La naturaleza ejerce en vos una seducción imprescindible. Es un pertenecer, sentirse en casa. Te acercás a la pared buscando entre las hojas, todavía verdes, un vestigio. Una señal que te indique que sigue viva alguna rama principal, de esas que hacen las cosas simplemente funcionar. Esas que se adhieren con obstinación al muro. Una que te muestre que no todo está muerto, que no todo está perdido. Que siga con la farsa de la vida adherida a la pared. Aunque sea. 
Y ahí está. Sí, tiene que ser. Porque todo está demasiado verde por ahí. La seguís con la mirada. Verde como vivo. Vivo como la pareja de mariposas que hoy en su cortejo se olvida que estás en el patio, baja y te regala una danza frenética que te deja boquiabierta. Porque el mundo entero puede entonces sintetizarse en ellas bailando a tu alrededor. Mientras vos, como una estatua, las mirás moverse ajenas a todo. Moverse al compás de una canción que les es propia.
Porque todas las cosas se mueven y se mueren a su ritmo. 

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