Domesticación






Nada para decir y sin embargo, todo. La hora más antigua sostenida en lo que no se dice. La garganta hasta el tope de palabras. Coserse la boca con el hilo de la idea para que no se escapen. Hacer puntos de sutura suficientes. La herida rellena de palabras mudas, apiladas en orden. Están pero no se dicen, como los muertos que nunca pudimos llorar. Las palabras son propias, jamás del otro. Como es el poema: decirse a sí mismo, verse agazapado entre las líneas, reconocerse. 
Escribir algo de escasa decencia que escandalice a las fieras, algo que diga Soy. Para atacar con piedras al dolor. Para domesticarlo.

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