La espina en el corazón de la Rosa




Viene por mí.
Escucho el rumor apagado de sus pasos.
Se mueve lentamente entre las sombras.
Rodea mi lecho.
No puedo verlo todavía, pero sé que está ahí.
No entiendo cómo ha logrado atravesar las puertas del castillo.
O cómo eludió a los hombres de mi padre.
La luna apenas me permite adivinar su silueta.
Avanza.
Lo veo moviéndose hacia mí.
Trato de quedarme muy quieta pero mi respiración se agita.
 Mis ojos están muy abiertos.
Sin embargo él permanece sereno.
Me mira.
Sereno y suave.
El brillo tenue de sus ojos me distrae.
Sólo por un momento,  cuando se inclina sobre mí.
La seda de su cabello me acaricia.
Por fin puedo ver su rostro.
Un hermoso rostro marmóreo.
Sonríe y finísimas líneas se dibujan en sus labios y alrededor de sus ojos.
Se acerca más.
Su corazón late con fuerza.
Una mano fantasmal toma mi mano y después la eleva hacia su rostro.
Mármol pulido.
Frío y Suave.
El contacto con su piel me produce escalofríos.
Está helado.
Hay algo en él que es aterrador.
No sé qué es, algo muerto.
No conozco su nombre, nunca lo he visto.
Debería gritar y sin embargo no me muevo.
Sus ojos irradian un fuego obsceno que penetra en mi carne.
Me quema y sigo inmóvil. 
Sabe mi nombre.
Su sonrisa me confunde.
Me besa, al principio con dulzura.
Después siento el sabor metálico de la sangre en mi boca.
Un dolor punzante y agudo me atraviesa los labios y la lengua.
Me duele.
Una gota de su sangre se ha derramado.
Entonces me despierto.
Estoy sudando.
El extraño se ha ido.
Mi habitación ha cambiado.
La luna se ha expandido.  
Refleja los objetos que están sobre los muebles pero también han cambiado.
La noche ha caído y una brisa suave agita la seda de las cortinas.
Juraría que había cerrado las ventanas antes de dormir.
En mi sueño las ventanas estaban abiertas.
Y también la luna derramaba su luz tenue sobre los objetos.
Karina Rodríguez


                                                                                                      

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